A propósito del reciente fallecimiento de monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, el 3 de enero, Opus Habana rinde tributo a su memoria reproduciendo una entrevista que se le realizara en 1997 a él y a Cintio Vitier sobre el padre Ángel Gaztelu y la revista Orígenes. De esta manera, reconocemos en monseñor Carlos Manuel a aquel sacerdote de gran sensibilidad artística que, al igual que Gaztelu, supo tender sólidos puentes entre la Iglesia Católica y el mundo de la cultura.

Entre las figuras representativas de Orígenes, el Padre Gaztelu resalta por su doble condición de poeta y sacerdote católico. Al rememorarlo, dos de sus mejores amigos sopesan el valor de su existencia y, de paso, contribuyen al examen de la catolicidad como fuente nutricia de la cultura cubana.

Entrevista a monseñor Carlos Manuel de Céspedes

Padre,  al afirmar recientemente que «el mundo de los artistas e intelectuales no ha sido en Cuba un medio hostil a la Iglesia», usted ha señalado el «tono católico del grupo Orígenes y su revista, como contribuyente a «este clima positivo, vigente también en el período revolucionario de inspiración marxista...» ¿Considera a Orígenes como una fuente de espiritualidad cristiana católica, capaz de haber influido, antes y ahora, en el seno de la intelectualidad artística?
Yo no me atrevo a tanto, pues  sería demasiado afirmar que el grupo Orígenes y su revista contribuyeran a la espiritualidad católica como tal, salvo excepcionalmente con algún artículo, algún poema... porque tampoco estaba entre sus propósitos ni mucho menos. No hacían una revista de la «espiritualidad», como se suele llamar en la Iglesia, aunque trataran ocasionalmente temas afines... Ahora, sí creo que introdujeron una presencia católica en los medios intelectuales, católicos y no católicos, i gracias al prestigio que tenían. A ello yo me refería en la revista Temas (4,1995), a esa situación de buenas relaciones, de cercanía entre muchos artistas  intelectuales no católicos... y la Iglesia, institucionalmente, o con algunas de sus personalidades, sobre todo aquellas que estaban más cerca del mundo de la cultura. En este sentido es muy clara la influencia que tuvo Orígenes, mientras que en el otro, en el de la espiritualidad, me parece que sólo excepcionalmente.

Catolicismo libresco... catolicismo heterodoxo... catolicidad incorporativa... han sido algunos de los términos utilizados para calificar la fe católica de José Lezama Lima, a partir de su obra literaria. ¿Cómo usted definiría el credo del autor de Paradiso?
Hasta donde esas cosas se pueden juzgar —porque el mundo interno nunca se puede juzgar—, pienso que independientemente de su obra, por sus manifestaciones en conversaciones particulares, el catolicismo de Lezama era ortodoxo. Hasta qué nivel de profundidad llegaban sus convicciones católicas..., yo no me atrevo a decirlo, y creo que nadie pueda decirlo de ninguna otra persona. Pero tal cual lo manifestaba, su catolicismo era ortodoxo, y si se pronunciaba crítico o distante, no era en relación con el dogma católico, sino con cuestiones discutibles dentro de la Iglesia, que hay muchas. Incluso, en ese as¬pecto, Lezama solía ser más bien un pensador tradicional. Por ejemplo, yo recuerdo que en los años 60, cuando el Concilio Ecuménico Vaticano II,no le simpatizaban demasiado —al principio, por lo menos— las reformas litúrgicas de la Iglesia, quizás por un  sentido esteticista. En conversaciones que sostuve con él, Gaztelu y otros miembros del grupo Orígenes (Cintio, Elíseo...) comprobé que en ese punto eran muy tradicionales. Les parecía muy bien el acercamiento de la Iglesia al mundo contemporáneo, pero esas reformas en el aspecto externo, no.
Lezama era un hombre que también miraba con simpatía devociones populares muy tradicionales como el rosario, y era quizás hasta más crédulo que yo respecto a milagros o cosas de ese tipo, en las que suelo ser bastante escéptico y que no forman parte del dogma católico, por supuesto. Tenía un gran sentido del misterio con respecto a la fe católica y en general a la fe religiosa, al mundo de Dios, de lo sobrenatural...
El tiene poemas muy católicos, como el que dedica a la Iglesia de San Juan ante la Puerta Latina, en Roma, iglesia que nunca visitó pero que —como tantas otras cosas—describe : mejor que quienes han estado allí. La visité muchas veces cuando vivía en Roma, y aprendí a apreciarla después de conocerla por Lezama, por su poema.
No tenía Lezama una gran formación teológica, aunque yo diría que conocía más de pensamiento católico contemporáneo que la media de los creyentes que asisten a nuestras parroquias, sobre todo en el plano de las puras letras de la poesía…Pienso, por ejemplo, en su admiración por Claudel, que era un poeta católico de mérito, digamos. Y también en su relación con María Zambrano, que era una mujer católica, de pensamiento religioso.
Otra cosa es que no fuera a misa todos los domingos... La mayoría de los cubanos que se confiesan católicos son personas que sólo ocasionalmente van a los templos con motivo de las grandes fiestas religiosas: Navidad, Semana Santa..., o en ocasiones vitales: un bautizo, un matrimonio de la familia... En fin, yo no calificaría que el catolicismo de Lezama era libresco ni puramente estético, sino era un catolicismo asimilado, que tenía un pensamiento católico y, creo, que una ética católica en su vida.

¿Influyó en el Lezama creyente su amistad con Gaztelu?
Por supuesto, sí creo que el pensamiento católico —también muy tradicional— del padre Gaztelu debe haber influido en Lezama, un poco por ósmosis, del mismo modo que Lezama influyó mucho en Gaztelu en materia literaria, en materia cultural —digamos— profana, por decir las cosas de algún modo, pues en última instancia nada es profano.
Ellos discutían con mucha frecuencia sobre cuestiones religiosas, muchas veces en situaciones creadas por Lezama que, con ese sentido provocador muy divertido suyo, incitaba a Gaztelu diciéndole cosas para verlo saltar acerca de un tema que podía ser escabroso en materia de ética católica... Por eso creo que Gaztelu influyó en él, por esos fecundos y frecuentes intercambios durante tantos años, desde los años 30 hasta la muerte de Lezama... por esa amistad cercana, muy cercana. Una anécdota: cuando Lezama solía decir una opinión de esas, provocadoras, que a lo mejor no eran ni sus opiniones, sino que lo hacía por el mero hecho de discutir, le decía al Padre: «Ángel, acuérdate que yo soy católico a mi manera». Y Gaztelu siempre le respondía: «La mejor manera de no ser católico».

Escribió Lezama en su prólogo a Gradual de Laudes: «El fervor por la edificación, la entrega a sus oficios, hacen que la poesía del Padre Gaztelu esté venturosamente más allá del poema, pues un sacerdote católico vive por la carnalidad de sus símbolos la poesía en su dimensión más costumbrosa y trágica...» Si interpretáramos esta afirmación en el sentido de que resulta muy difícil conjugar fervor religioso e invención poética, cuando ambos son verdaderos, ¿constituye el Padre Gaztelu un caso sui géneris en la historia de la Iglesia Católica en Cuba?
En primer lugar, no creo que la frase haya que interpretarla en ese sentido porque, incluso saliéndonos del marco de la Iglesia de Cuba, en la historia de la poesía ha habido muchos sacerdotes, como es el caso de mi poeta preferido en lengua castellana: San Juan de la Cruz, que es —además— santo canonizado oficialmente por la Iglesia. No creo que haya contradicción entre ser poeta y ser sacerdote; incluso uno puede pensar que hay muchos puntos de conjunción...
Creo que lo que quiso afirmar Lezama en el prólogo es que la poesía de Gaztelu es algo más que escribir un poema, es su vida misma la que es poesía. Y es su vida misma la que es poesía, precisamente porque es capaz de vivir con fidelidad su ministerio sacerdotal, lo cual es más importante que sus poemas como tales. ¿En qué sentido sí considero que el caso de Gaztelu es excepcional dentro de la Iglesia Católica en Cuba? En que por lo menos en este siglo, no ha habido un poeta de su nivel entre los sacerdotes cubanos o españoles que hayan estado en la Isla.
Por otro lado, dentro de la Iglesia se ha cuestionado muchas veces la incorporación del desarrollo de una dimensión artística (o científica) en la vida de un sacerdote. Así había laicos y sacerdotes que entendían que Gaztelu perdía el tiempo no solamente por es¬cribir y leer su poesía no estrictamente religiosa, sino por moverse tanto en ese ambiente de la cultura, de pintores, escritores... Yo personalmente creo todo lo contrario, que fue un regalo para la Iglesia en Cuba el contar con una personalidad como la suya que, sin menoscabo de su vida sacerdotal, supo tender esos puentes con el mundo de la cultura, por su presencia en esos medios, no solamente en Orígenes. Tenía otras grandes amistades, como es el caso de Regino Pedroso que, siendo marxista, era uno de sus grandes amigos y de quien también yo fui amigo gracias a Gaztelu. Recuerdo las últimas visitas que le hicimos, cuando ya Regino estaba enfermo y ciego, hasta qué punto el cariño era realmente sincero. Y como digo Regino, puedo hablar de sus relaciones amistosas con Marinello, también marxista, o su gran amistad con Dulce María Loynaz, que es católica, pero no pertenecía a Orígenes... Muchas de esas personas sobreviven todavía y lo recuerdan con mucho cariño. Para ellos Gaztelu es simplemente «El Padre»...

¿Y para usted, Padre, qué significa Gaztelu?
Para mí Gaztelu ha sido... quizás un poco porque me han interesado mucho las mismas cosas que le interesan a él, porque tenemos una sensibilidad parecida con respecto a la literatura, las artes plásticas, la música... aunque tengamos temperamentos distintos... Desde que yo era joven laico universitario y después seminarista y él sacerdote... ha sido para mí la posibilidad encarnada de ser sacerdote sin renunciar a todas esas aspiraciones. Por supuesto, yo no tengo el talento poético de Gaztelu ni mucho menos, pero sí tengo sus mismos intereses, y creo que el hecho de que Gaztelu fuera como es, me ayudó a ser como soy.

 

Entrevista a Cintio Vitier

Atacado por un sector de la intelectualidad artística a inicios de la década de los 60, e ignorado años después, Orígenes vive hoy una especie de resurrección en el panorama cultural cubano. En su opinión ¿cuáles motivos explican ese reciente interés?
Hay ríos que se sumergen en la tierra y después reaparecen. Orígenes tuvo y tiene esa capacidad porque siempre trabajó con los secretos de la Isla. Su visibilidad no puede ni podrá nunca agotarla. Lo que ofrece no es principalmente una obra hecha sino unas exploraciones, unas intensidades, unos deseos que sólo se manifiestan para crecer. Nunca podrá decirse que Orígenes fue esto o aquello, porque fue y es muchas cosas, incluso contradictorias entre sí, que sus protagonistas nunca dominaron sino que dominaban y que las generaciones siguientes, con hospitalidad o sin ella, por rechazo o por aceptación, continuarán descubriendo o inventando. No es raro, por lo demás, que a partir del triunfo revolucionario Orígenes haya sido un punto de partida negado o afirmado con pasión equivalente, lo que ya había ocurrido antes, pero con una diferencia: antes no había horizonte para Orígenes, ahora sí; antes su posibilidad era el imposible, ahora su imposible es una posibilidad. Pero esa posibilidad no es un camino fácil. Tampoco la Revolución es un camino fácil. Ambas dificultades, aunque se desconozcan mutuamente, o una desconozca a la otra, se atraen en secreto. Orígenes buscaba lo cubano en la poesía. La Revolución proyecta lo cubano en la historia. Ambas apuestas postulan lo cubano universal, meta en que lo ético y lo estético se funden y que sólo puede ser desdeñada por friolentos y descastados.

Usted ha expresado que «el objeto de la episteme poética origenista (...) era la realidad cubana más inmediata en relación con sus orígenes y con su futuro, lo que daba a sus búsquedas, contra toda apariencia formal, una tendencia en el fondo más decisivamente histórica, y por lo tanto política, que filosófica». Sin embargo, es bien conocida la frase de Lezama Lima: «un país frustrado en lo esencial político, puede alcanzar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza».
¿Cómo conciliar la visión del Orígenes comprometido con la realidad cubana de su tiempo, con esta última afirmación, enajenada, de quien fuera su figura motriz?

Más de una vez he llamado la  atención acerca del sustantivador adjetivo que utiliza Lezama en esa trajinada formulación: «lo esencial político». Si lo político, que se consideraba lo esencial, se había frustrado en la seudorrepública, por mucha que fuera la «realeza» de los «otros» cotos (a saber, los de la creación poética y artística), a la postre sus «virtudes y expresiones» sólo podrían tener sentido en cuanto flechas dirigidas hacia la realización política. Esto se ve claro en sus «Señales» de Orígenes, y ya desde la «Inicial» de Verbum (1937), en que se lee:
«Estamos urgidos de una síntesis, responsable y alegre, en la que podamos penetrar asidos a la dignidad de las palabras y a las exigencias de recalcar un propio perfil, un estilo y una técnica de civilidad. La función y la búsqueda de ese estilo, consistirán en el necesario aislamiento y rescate de aquellas fuerzas de sensibilidad y de fervor que puedan pasar a esa síntesis, dignidad rectora del ser que desplaza forzosamente el símbolo de la nueva ciudad dignificada».
La «nueva ciudad dignificada», en el corrupto postmachadismo, sólo podía ser la conquista de una revolución espiritual. No se trata, por lo demás, sólo de este género de declaraciones, entre las que habrá siempre que recordar, también en Verbum, la presentación que hiciera Guy Pérez Cisneros de ocho pintores de vanguardia en la Universidad, reclamo de una nueva política nacional inspirada en los valores de la creación artística. Se trata de que Lezama, partiendo de la imagen como «causa secreta de la historia», organizó toda una interpretación de la historia universal «a partir de la poesía», y que en ese sistema el triunfo revolucionario tenía reservado el espacio de «la posibilidad infinita» presidida por José Martí. Se trata, por más señas, de que Lezama escribió el poema anticolonialista más profundo de nuestra historia poética, «Pensamientos en La Habana»; diseñó la «Meteorología habanera», sobre la que me hablaba en su primera carta, la respiración de su ciudad, en las memorables «Coordenadas» que revelaban aquel estilo y «técnica de civilidad» soñada; y de que en 1953 escribió el poema de la resurrección histórica de José Martí, el que fielmente titulamos «La casa del alibi». En el polo opuesto, ya desde 1945 señalamos el oculto testimonio histórico, social y político de la poética del sinsentido y la frialdad sustentada por Virgilio Piñera, contrastante con el fevor fundacional de En la Calzada de Jesús del Monte de Elíseo Diego, a su vez puesto en crisis de angustia y descreimiento por la mirada de Lorenzo García Vega, etcétera. Uno por uno, cada uno a su modo, los poetas de Orígenes no sólo estuvieron comprometidos con la realidad cubana de su tiempo sin que en casi todos ellos, salvo quizás en el padre Ángel Gaztelu, esa realidai tuvo un peso tan insondable que pudiera calificarse, positiva o negativamente de insensato.

Usted que ha buscado «Lo cubano en la poesía», ¿considera imprescindible la catolicidad para tratar de definir la esencia de lo cubano, para entender—digamos— a José Martí?
Si se me hiciera la pregunta referida al «catolicismo» diría que no, aunque enseguida empezaría a dudar, porque la imaginería del catolicismo, al margen de su historia política colonial, caló mucho en la sensibilidad popular del cubano. En el propio Martí, que sin duda no fue confesionalmente católico, percibimos constantemente su presentación del mundo por imágenes y su argumentación imaginística. No pudo el protestantismo norteamericano, a pesar de lo mucho que lo atrajo la figura de Emerson, quitarle lo que Lezama llamaba su «imaginación alegre» —alegre en sí, aunque expresan realidades dolorosas o sombrías, como alegre es siempre un vitral, aunque sea de la Pasión, atravesado por la luz. Pero en cuanto a la «catolicidad», que significa ecumenismo, universalidad, ha sido siempre aspiración de lo cubano mejor. En el libro mío citado, trato con simpatía a los movimientos vernaaculistas que surgieron entre nosotros como espontáneas manifestaciones del naciente independentismo, pero también señalo que no hemos sido propensos, en las líneas más constantes y esenciales de nuestra poesía a un exagerado tipicismo. En todo caso creo que éste constituye un verdadero peligro cultural, exacerbado actualmente por los reclamos turísticos. Peligro que es reverso, como ya lo indicara Martí en «Nuestra América», de la tendencia al desarraigo, al olvido o negación de lo propio y, en nuestros días, a la globalización de una supuesta cultura sin rostro. Pero el rostro es lo contrario a la caricatura. Volviendo a la pregunta, considero la catolicidad, en el sentido apuntado, «imprescindible para tratar de definir la esencia de lo cubano» como aspiración mayor, incluyendo aquí los sentimientos de solidaridad universal que la Revolución ha estimulado; en tanto que del catolicismo más puro, de la versión católica del cristianismo de los orígenes, la cultura cubana guardará siempre el aroma del primero de nuestros proceres espirituales, de nuestro primer gran independentista: el padre Félix Várela, y de los años fundadores del Seminario de San Carlos.

¿Es posible deducir una relación entre la disímil profesión de fe de los miembros de Orígenes y el derrotero de sus obras literarias respectivas? ¿Cuál era el peso del padre Gaztelu y su obra poética en esa suerte de familia espiritual?

Sin duda esa relación existió y en los que sobrevivimos, sigue existiendo. Otra pregunta sería, una vez más: ¿cómo se explica entonces la unidad de Orígenes? En otro sitio he dicho que esa unidad se explica por dos razones o características: diversamente católicos o diversamente ateos, los poetas de Orígenes sentían las cosas bajo especie de absoluto: absoluto de sentido y esperanza, o absoluto de vacío y sinsentido, en ambos casos postulando deseos o premisas trascendentes a las cosas mismas, aunque encarnadas en ellas; y búsqueda común, no de un ser abstracto o general de las cosas, sino de las esencias radicales de nuestro ser histórico. En cuanto al «peso del padre Gaztelu y su obra poética en esa suerte de familia espiritual», desde luego que variaba según las afinidades o rechazos de cada uno. Creo que fue y es una figura muy querida y respetada por todos. No faltaron, es cierto, en la inevitable hora de las banalidades y las confusiones, ideas maliciosas acerca de la supuesta reservada ironía de los juicios elogiosos de Lezama sobre la poesía del padre Gaztelu. Esos juicios, como todo lo que escribió Lezama (otra cosa podía ser su conversación, incluso la epistolar) fueron consecuentes y meditados. Atribuirle doblez en el prólogo al único libro del amigo de siempre, al que orientó poéticamente desde su adolescencia, es, por decir lo menos, una de esas ligerezas típicas del mundillo literario. Y es también ignorar la robusta ingenuidad del propio Lezama, base de su sabiduría y raíz de aquella amistad vitalicia. El cariño ve en el candor lo que la malicia no sospecha. Por lo demás Gaztelu, cuya iglesita y casa en Bauta fueron centro de tantos domingos inolvidables, así como la capilla de la playa Baracoa y, después, en la Habana Vieja, la parroquia del Espíritu Santo con su fabulosa pinacoteca cubana; el padre Gaztelu, digo, que nos casó y bautizó a nuestros hijos, nos había regalado, junto con sus grandes poemas como «Oración y meditación de la noche» sus encendidos sonetos y su antológica «Tarde de Pueblo», la saludable luminosidad de un catolicismo lleno de catolicidad, incorporador de las gracias latinas y del barroco criollo a la cepa hispánica. Su presencia en Orígenes fue, literalmente, una bendición.

(Opus Habana: Sección Entre cubanos,«La memoria compartida», Vol. I, Núm. 2, enero/marzo, 1997, Pp.14-19)

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