Las horas de la noche son las preferidas por Antonio Vidal (La Habana, 1928) para dedicarse a la creación. Parte de los frutos de sus más recientes vigilias serán expuestos en la Sala Transitoria del Museo de la Ciudad a partir del próximo 12 de junio, a las tres de la tarde.
Premio Nacional de Artes Plásticas 1999, este habanero  forma parte de la generación de creadores que en la década de los 50, adoptó posturas y lenguajes de vanguardia.

 De los años 50 son, precisamente, las resonancias del Grupo de los Once, de la Antibienal de 1954 y del Antisalón de 1956, en cuyos eventos Vidal estuvo involucrado. Desde entonces, ha mantenido una obra sólida y consecuente con los presupuestos éticos y estéticos que defendió en aquellos momentos.
En esta ocasión, el artista expondrá pinturas de mediano formato (80 x 100 cm y 73 x 60 cm) concebidas a partir del trabajo del acrílico y el óleo sobre tela.
En las obras de la muestra se integran de manera orgánica soluciones geométricas; colores que responden únicamente a emociones; trazos ágiles y brochazos enérgicos; texturas, líneas, manchas y chorreados que se mueven con gran libertad sobre la superficie hasta detenerse justo en el lugar preciso donde la composición se hace armónica y coherente.
Al alternarse rítmicamente, tales elementos compositivos construyen diseños equilibrados, pero dotados de gran movimiento. Este modo de hacer le ha permitido a Vidal consolidar un sello de identificación, libre de reiteraciones monótonas.
Aunque ha trabajado en lo fundamental la pintura y el dibujo, su quehacer se ha dirigido hacia diversos soportes: portadas e ilustraciones de libros; cajas de fósforos; esculturas de hierro fundido y grabados (fue fundador del Taller Experimental de la Gráfica). Proyectos como Telarte y las losas de la acera de la Rampa, contaron con sus diseños. Asimismo trabajó en murales de disímiles formatos, entre ellos, el que se encuentra en el primer piso de la tienda La Época.
 En todos los casos, la indagación en las formas plásticas puras y la capacidad de éstas para trasmitir emociones, han sido las inquietudes formales y conceptuales con las que ha edificado su obra.
Para Vidal el arte es la expresión de una actitud sentimental e intelectual que cada quien percibe según su predisposición. Como dijera a la autora de estas líneas: «Lo ideal es que la gente sienta y entienda el arte porque el arte hay que entenderlo y sentirlo. Si ignoras sus reglas no puedes entender a Goya, ni a Velásquez, ni a Da Vinci».A su intensa actividad creativa, se le sumó otra difícil y no menos apasionada labor: la docente. Desde 1970 hasta 1988, Antonio Vidal ejerció como profesor en la Escuela Nacional de Arte (ENA). Extensa y heterogénea es la lista de sus discípulos: Cosme Proenza, Moisés Finalé, Zaida del Río, Ponjuán, René Francisco...
Para Vidal resultaba muy importante enseñar el oficio y estimular a los alumnos para que fueran cultos, pero sobre todo que fueran ellos mismos: «yo no quería formar vidalitos», afirma.
En este sentido, otro de sus alumnos, Arturo Montoto, refiere: «Para Antonio el arte es un ejercicio de rigor y, así como él lo asume en su propia vida, se lo exige a los demás que pretenden ser artistas».
Como es habitual en Vidal, ni sus obras ni sus exposiciones llevan título. Tampoco la muestra en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales será una excepción, aunque es la primera que lleva a cabo después de haber obtenido el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1999.

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