Colindante con la Avenida del Puerto, el Hotel Armadores de Santander exhibe un grupo de pinturas bajo el título de «Afinidades electivas». Se trata de obras del pintor Jesús Gastell, quien nos aproxima a ciertas de sus visiones pictóricas, que tienen un poco más de la temática paisajística.
La estereotipación del paisaje cubano es algo que el pintor Gastell tiene en cuenta, porque dicho género tradicionalmente tiene a su vera elementos tipificadores de cubanía, y él elude cualquier noción tropicalizada en sus interpretaciones.


«…lo que ves, lo ves siempre para ver otra cosa».
Fernando Pessoa



El modus operandi de Jesús Gastell (Pinar del Río, 1964) pudiera compararse al funcionamiento del lego: un juguete sencillo, pero con infinitas posibilidades de construcción. Después de haber armado una figura se puede desmontar y construir algo completamente distinto. Y es que el artista, en apariencia racional, estoico, es un ser obsesionado y profundamente inquieto respecto no sólo a los artilugios artísticos sino a toda la experiencia humana. No le interesa el poder reproductivo de la creación, sino la capacidad modulativa de la aventura estética en una época que genera niveles similares de ilusión y paranoia. Es consciente de que estar atento es la condición sine qua non de estos tiempos, donde la simultaneidad de textos apenas deja resquicio a lo casual. Su pintura entrópica con aspectos de paisaje, aunque en esencia (no incontaminada) maneja rudimentos neoconceptuales desde una óptica muy propia, tiene «gancho» comercial, además de ser arriesgada; en ella encuentras no sólo lo que ves.
La emergencia de creadores que han usado el paisaje, o determinados presupuestos del género, para establecer sus propuestas en Pinar del Río ha dado lugar, en muchas ocasiones, al criterio tendencioso sobre la existencia de una Escuela (con mayúscula) paisajística pinareña. Planteamiento infundado, porque no hay esa pretendida conexión entre los artistas fundadores de la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, que cultivaban este tipo de pintura, y los que en la actualidad lo hacen teniendo en cuenta los requerimientos del mercado.
 En el caso de Gastell este género ha sido más medio que fin. Él mismo no se identifica con el paisaje como forma de expresión, sino con una obra que lo utiliza como «truco» para atraer la atención sobre otros asuntos relacionados con la concepción del arte. Autonomía artística, mito, oficio, contexto, paradigma, son algunos de los conceptos puestos en tela de juicio en el discurso del artista, a quien siempre le ha preocupado el objeto del arte y el completamiento de éste a través del público que lo percibe. Todo el tiempo concibe obras abiertas y que en su opinión constituyen actos de negación, gracias a su noción dialéctica del ejercicio estético como trabajo cavilante que continuamente se replantea para superar lo anterior. Pero además, porque en el momento preciso de la creación, al atender con recelo a la supuesta impecabilidad formal u otros elementos de índole conceptual, lo hace para refutarlos en un gesto paródico.
La reflexión en esta muestra, «Afinidades electivas», se establece como contrasentido, porque emplaza no sólo lo entendido como paisaje, sino la cuestión global de género. El hecho de que esta propuesta «juegue» con presupuestos del surrealismo, el impresionismo, la abstracción, el informalismo y el conceptualismo, por mencionar los más socorridos, nos enfrenta a un cuestionamiento donde lo normativo se desvanece ante la dialogicidad del lenguaje. La tensión de carácter binario (concreto-inasible, etéreo-grave, original-copia, etc) se disloca ante la naturaleza abierta de esta poética sin intenciones narrativas y que tiende al hermetismo.
La estereotipación del paisaje cubano es algo que Gastell tiene en cuenta porque dicho género tradicionalmente tiene a su vera elementos tipificadores de cubanía, y él elude cualquier noción tropicalizada en sus interpretaciones. Esta propuesta se ha desarrollado dentro de una gama de colores fríos que rechaza la calidad a ultranza de mucho paisaje hecho en la Isla. No obstante, en ocasiones, introduce rojos o naranjas para «torcer» la percepción establecida respecto a su pintura. El proceso de creación de este artista que vive en Soroa es lento. Constantemente se replantea las obras, a veces incluso después de exponerlas. Su Casa-Taller rodeada de exuberante vegetación y clima húmedo le ha permitido explorar y explotar la naturaleza en un sentido cartesiano. Las consideraciones filosóficas de Gastell se traducen en una producción sobria, con parquedad de recursos formales, que asiduamente revisa el decursar del arte y ubica su actitud dentro de una postura irónica. Este proceder consigue un aire de «tramoya» por su apariencia hiperreal.
La potenciación del discurso a partir de los títulos de las piezas es otro aspecto importante a la hora de valorar esta producción. Cada uno de ellos apuesta por «engrosar» la metáfora visual adjudicándole mayor tensión. Todos hablan de una reflexión aguda, asentada sobre un afán investigativo que cuestiona los convencionalismos estéticos.
Pintura metafísica, ejercicio virtual, ensayo filosófico, pudieran ser calificativos posibles para el quehacer de Gastell, pero no suficientes. Estas especulaciones que continuamente nos hacen recordar «la maldita circunstancia del agua por todas partes» no refieren solamente al fenómeno de la insularidad y sus consecuentes frustraciones, sino también a su contrario. La posibilidad de alcanzar la plenitud mediante la realización creativa se instaura aquí como tesis. Algo así como un «paisaje del deseo», pero que niega la tradición y niega el deseo, porque según las filosofías orientales el ansia es enemiga de la integridad, y Gastell es consciente de ello.


(Palabras al catálogo de la exposición «Afinidades electivas», Hotel Armadores de Santander, marzo-abril, 2005)

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