Inaugurada este viernes 15 de abril en la galería del Palacio de Lombillo, la exposición «Dos aguas», de Joel Ferrer, permite apreciar la obra de este joven pintor autodidacta que, graduado de Arquitectura en 1992, comenzó su desempeño como artista cinco años después a través del Fondo Cubano de Bienes Culturales.
Joel Ferrer es un paisajista en el amplio sentido del término, aunque no haya descubierto ningún paisaje. Sencillamente, él lo lleva piel adentro.

 En Cuba, una Isla dotada por la naturaleza de los más variados y exóticos paisajes iluminados por la intensa luz tropical y, a veces, ensombrecidos dramáticamente por las tormentas propias del clima, el género artístico del paisaje se mantiene con una sólida vigencia y es tratado de diferentes maneras por muchos creadores.
El paisaje resulta, en lo esencial, el mismo. Evidentemente, han cambiado los estilos epocales de las escuelas pictóricas, como también lo han hecho los consumidores de las obras, sus destinatarios, los que en definitiva determinan, en cierto modo, la concepción misma del tema y la función de la obra en particular.
Los paisajes de Joel Ferrer no son una evocación nostálgica del recuerdo, sino resultado de un proceso de interiorización del objeto, apenas vislumbrado en una mirada fugaz, hacia capas cada vez más profundas de su conciencia. Su pintura tiene una raíz sólida: el espíritu, la soledad o intimidad esencial. Y allí, en el hondón secreto de su ser, a ojos cerrados, crea sus paisajes cubanos que pueden dar hacia el campo o el mar que nos rodea a cada instante de nuestra vida.
Sus trabajos son líricos y esenciales, provistos de una fuerza expresiva extraordinaria subrayada por el dominio técnico, porque racionaliza lo que siente. Cuando va a pintar ya tiene la idea a la que dio vueltas y más vueltas, y esa idea le sirve de apoyo y guía para dar forma a lo que le va pidiendo la tela o cartulina.
 En los paisajes dibujados por sus diestras manos, esos que ha visto muchas veces en sus recorridos por la Isla, hay luces y sombras, planos superpuestos, una composición muy interesante, y, sobre todo una cuidadosa factura. No cabe dudas de que Joel Ferrer es deudor de los grandes paisajistas cubanos, hacia ellos camina a pasos firmes. La gama de los verdes inunda muchas obras para subrayar el origen: Güines, La Habana, 1964, aunque su mirada se va dirigiendo también hacia el intenso azul acuoso, porque en las marinas encuentra otra forma de libertad pictórica que mucho le interesa en este tiempo. No importa que su ventana (cuadro) se abra al mar o al campo, y nos regale una imagen esencial del mismo con los contrastes o veladuras que le suministra la luz, con sus estridencias o intimidades, para proyectarse como alegoría, ensoñación objetivada y realización artística..., Joel Ferrer es un paisajista en el amplio sentido del término, aunque no haya descubierto ningún paisaje. Él lo lleva piel adentro.

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