En uno de los espacios de la Décima Bienal de La Habana se inauguró, el 31 de marzo en la galería «Espacio Abierto» de la Revista Revolución y Cultura, la exposición «Érase una vez...una Matrioshka», de la fotógrafa cubana Lissette Solórzano.La muestra, como reza el catálogo, «Nunca en plan souvenir o de "cubaneo" recalcitrante, sino todo lo contrario: identificándose con sus protagonistas en sus fibras más íntimas, Solórzano entrevió dos aristas medulares del tema abordado: la belleza del mestizaje —captada en fotos de un convincente clasicismo— y la fuerza de la maternidad».
 Otro de los ecos de la Décima Bienal de La Habana es la exposición del artista suizo Martin Engler «La Caja Fuerte Abandonada» que se exhibe en la galería del Hotel Florida, desde el primero de abril. Conocido por su variedad de técnicas y formatos en la expresión de su mundo interior, en consonancia con las influencias externas que enfrenta el ser humano contemporáneo, las obras de Engler están cargadas de vivencias y metáforas de la realidad circundante, con un ingrediente de denuncia y fino humor que comprometen al espectador desde sus propias experiencias.
 Colateral a la Décima Bienal de La Habana, Alejandrina Cué y Lesbia Vent Dumois inauguran este sábado en la Casa de la Obra Pía la exposición «Hilomanía o telatilo». Mezcla de técnicas pictóricas y artesanales, la muestra remite al trabajo textil, la semántica de diversas texturas,fibras y tipografías resaltando la carga emotiva de acciones habituales como coser o tejer y objetos  cotidianos como pañuelos, agujas, cojines. Logran conjugar artes plásticas y la poesía, pues cada obra refleja un verso que teje la vida a mano.
 En una celebración de los 40 años de su primera instantánea y 55 de edad, se convirtió la inauguración de la exposición «Historias», del fotógrafo Julio Larramendi. La galería homónima del Hostal Conde de Villanueva abrió sus puertas el miércoles 25 de marzo a las 55 fotografías que resumen el trabajo de este artista en su periplo por diferentes países. Según el crítico Rafael Acosta, «Larramendi ha tocado zonas sensibles (...) hurgado en caracteres, localizado el costumbrismo más auténtico, sorprendido el instante perfecto».