La galería Carmen Montilla sirvió de escenario este martes para un encuentro entre la bailarina y coreógrafa Irene Rodríguez —junto a integrantes de su compañía y el medio centenar de niños y adolescentes que conforman sus talleres— y el equipo editorial de la revista Opus Habana. Durante poco más de dos horas, la entrevistada compartió con el público sus experiencias de vida y su dedicación a la danza.


Genuino sentimiento de amor comenzó a florecer en cada nueva palabra, estableciéndose una compenetración mágica a través de una sucesión de preguntas y respuestas que abarcaron no solo su trayectoria artística, sino también los valores que le acompañan; alegrías y frustraciones de una carrera dura, competitiva; de esa vida de renuncia a tantos placeres mundanos, en aras de dedicarse profesionalmente a la danza.

Algunos meses atrás, Opus Habana disfrutó con la cadencia de esta bailaora. Mezcla entre lo hispano y africano, aunque más que eso pudiéramos decir que Cuba ha impregnado sus venas. Inclusive aquellos que la observamos pudimos descubrir que tras su implacable porte, la ternura de la forma se expresa detrás de una amplia sonrisa. Gestos atrapados al compás de la música, nos recuerdan una herencia marcada por un personal concepto estético de la danza española, tanto del clásico como del flamenco. Razón que, en aquel momento, nos hizo indagar acerca de sus experiencias como bailarina y directora de la compañía que lleva su nombre —fundada en 2012—, a través del artículo «Irene Rodríguez: juego y teoría de una bailaora cubana» escrito por nuestro editor general Argel Calcines.
Si ya habíamos quedados prisioneros entre giros de mantas y violentos taconeos que se atisbaban entre líneas, ahora tuvimos la oportunidad de desacralizar a la figura pública y acercarnos a «la maravillosa persona que es Irene», como afirmó Norma Jiménez, directora de la Galería Carmen Montilla, institución que nos acogió este martes 21 de junio. Integrantes de la novel compañía, junto a medio centenar de niños y adolescentes de entre 8 y 18 años de edad, se congregaron en la galería principal de la casona, que se colmó de risas y susurros expectantes en busca de la mirada de su maestra. Sentada delante, acompañada por el primer bailarín Víctor Basilio Pérez, comenzó la conversación que durante poco más de dos horas estuvo conducida por Mario Cremata Ferrán, editor ejecutivo de la revista Opus Habana.

De derecha a izquierda: Norma Jiménez, directora de la Galería Carmen Montilla; la bailarina y maestra Irene Rodríguez; Mario Cremata, editor ejecutivo de Opus Habana, y Victor Basilio Pérez, primer bailarín de la Compañía Irene Rodríguez.


Entonces el duende se hizo presente… Genuino sentimiento de amor comenzó a florecer en cada nueva palabra, estableciéndose una compenetración mágica a través de una sucesión de preguntas y respuestas que abarcaron no solo su trayectoria artística, sino también los valores que le acompañan, alegrías y frustraciones de una carrera dura, competitiva; de esa vida de renuncia a tantos placeres mundanos, en aras de dedicarse profesionalmente a la danza y al magisterio.
También se hicieron patentes el apoyo recibido, no solo de su familia, sino de otras personas e instituciones sensibilizadas con el proyecto que Irene defendió y encauzó. Detrás de la interrogante que recordaba el inicio del vínculo entre la bailarina y la Oficina del Historiador, ella respondió: «La relación comienza por voluntad de Eusebio Leal, quien como gran admirador, desde los inicios no solo de la Compañía sino también de mi carrera, me ha apoyado. Siempre ha visto en mí un futuro luminoso. Su mano me ha respaldado no solo en el plano profesional, sino también en el plano humano: ha apoyado a la persona, no solo a la artista. De mi parte, le profeso admiración y cariño eterno. Los talleres de verano gratuitos, al ser dedicados al proyecto Rutas y Andares, han sido una pequeña retribución que ofrecemos a la Oficina, y por supuesto a Leal».

Un público de disímiles edades permaneció expectante durante las dos horas de intercambio.


Trescientas ochenta y cuatro bolas de color mamoncillo cortadas y pegadas a mano en una sábana negra, despiertan aplausos llenos de emoción. Su abuela, protagonista de la historia que ahora Irene nos cuenta, realiza el sueño de hacerle un vestido para su presentación, en los aciagos días del periodo especial, donde entre tantas cosas escasearon las telas imprescindibles para confeccionar el vestuario de una artista en ciernes. Más que una anécdota de la infancia, la primera bailarina de esta compañía recuerda la incondicionalidad que siempre encuentra en su familia. Momento en que notamos la dualidad de la artista, quien disfruta mucho de la pedagogía y aprovecha para recordarles a sus pupilos el valor inmenso de los padres a lo largo de esta carrera llena de sacrificios.

 A la edad de 10 años, Irene Rodríguez comenzó a recibir clases de ballet y danza.


Además, con respecto a la educación que transmite en sus talleres, afirma que «no solo los educo en la danza, les hablo de muchas cosas: políticas, sociales, morales… la idea es prepararlos para la vida. Inculcarles valores que son comunes a cualquier profesión. Formarlos en el compromiso con las instituciones y en el agradecimiento. A fin de cuentas, considero que también mi objetivo es que sean hombres y mujeres de bien». Desde el respeto a los jóvenes estudiantes, Irene ha encontrado una forma de que el diálogo con ellos priorice que «el tipo de baile que interpreten esté acorde con los niveles de madurez de cada uno», con el fin de no quemar etapas de su crecimiento.
Después de algunos minutos otro tema que capta la atención es su devoción entrañable hacia la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, a quien considera inspiración, guía y uno de los pilares en la labor incansable que ha sostenido para promover las danzas españolas en nuestra Isla. Con total emoción la bailaora afirma que «Alicia sí sabe darle valor a las pequeñas cosas, a esos detalles que una jamás pensaría que ella pudiera estar al tanto», al igual que Leal, por lo que «mi total entrega es para ellos, defendiendo nuestra cultura y la cubanía que nos identifica».  
Llegado el fin, la ternura y el agradecimiento colmaron la galería. Alumnos, padres, profesores y bailarines compartieron impresiones y vivencias acumuladas. Instantes cargados de alegría para algunos y de entrega para otros, fueron escuchados por Irene Rodríguez con la total felicidad de quien mira un sueño hecho realidad… Las flores puestas en sus manos, revelaron una vez más su sonrisa. Dio unos pasos, y en la complicidad casi cósmica que surge entre madre e hija, después de abrazarla con inmenso amor, dijo: «Estas son para ti».

 

Instantes del intercambio de niños y jóvenes con su maestra y guía.

Viviana Reina Jorrín
Opus Habana

 

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