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Tras las puertas a la calle, o junto al lecho, las benditeras eran suficiente santuario para inspirar la oración.
Las benditeras son piezas de cerámica, metal, mármol, madera o piedra, que llevan disimulado en sus formas un pequeño recipiente de hondura suficiente para dos dedos, donde se vierte y conserva el agua previamente bendecida.
El estilo musulmán de las benditeras, se complementa con elementos decorativos compuestos por figuras vegetales y cósmicas (sol, luna y estrella) de ingenua, casi infantil ejecución. La pintura punteada, los tonos tierra y el realce del dorado —típicos de la cerámica de Manises— autentifican el origen de la muestra.
En Cuba la religión traspasó siempre los umbrales y las sacristías de las iglesias ; cada creyente hizo suya e íntima la práctica religiosa, y lo mismo ostentaba con ella que la mezclaba con sus más cotidianas costumbres. Santiguarse al salir de la casa, al orar, o antes de entregarse al descanso, devino ratificación de ser cristiano, y fue un socorrido gesto en «casos difíciles».
En las casas-viviendas (señoriales o no) también las familias devotas elevaban sus plegarias para salvarse de ataques de armas, de epidemias; o por ambición, «pidiendo» a cambio de promesas.
Decenas de objetos religiosos animaron nuestras costumbres en siglos pasados. En muchas edificaciones domésticas existían oratorios o habitaciones especialmente dedicadas al culto que, en otros casos, se profesaba en los propios dormitorios.
En tales recintos había lamparillas de aceite, incensarios e improvisados altares para oficiar misa. Virtualmente se trasladaba la capilla al hogar, y en las alcobas de recogimiento y sueño se ubicaba un reclinatorio frente a la imagen religiosa, flanqueada por una especie de vasijilla que colgaba en la pared: la benditera.
También situadas tras las puertas a la calle, o junto al lecho, estas pilas eran suficiente santuario para inspirar la oración.
El estilo musulmán de las benditeras, se complementa con elementos decorativos compuestos por figuras vegetales y cósmicas (sol, luna y estrella) de ingenua, casi infantil ejecución. La pintura punteada, los tonos tierra y el realce del dorado —típicos de la cerámica de Manises— autentifican el origen de la muestra.
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En las casas-viviendas (señoriales o no) también las familias devotas elevaban sus plegarias para salvarse de ataques de armas, de epidemias; o por ambición, «pidiendo» a cambio de promesas.
Decenas de objetos religiosos animaron nuestras costumbres en siglos pasados. En muchas edificaciones domésticas existían oratorios o habitaciones especialmente dedicadas al culto que, en otros casos, se profesaba en los propios dormitorios.
En tales recintos había lamparillas de aceite, incensarios e improvisados altares para oficiar misa. Virtualmente se trasladaba la capilla al hogar, y en las alcobas de recogimiento y sueño se ubicaba un reclinatorio frente a la imagen religiosa, flanqueada por una especie de vasijilla que colgaba en la pared: la benditera.
También situadas tras las puertas a la calle, o junto al lecho, estas pilas eran suficiente santuario para inspirar la oración.