En la Sala Dormitorio del Museo de Arte Colonial, junto a una suntuosa cama, reluce una benditera de cerámica de Manises, estimada del siglo XVII, época cuando esa región de Valencia se hizo famosa por sus objetos de arraigo popular.
Tras las puertas a la calle, o junto al lecho, las benditeras eran suficiente santuario para inspirar la oración.
Las benditeras son piezas de cerámica, metal, mármol, madera o piedra, que llevan disimulado en sus formas un pequeño recipiente de hondura suficiente para dos dedos, donde se vierte y conserva el agua previamente bendecida.
El estilo musulmán de las benditeras, se complementa con elementos decorativos compuestos por figuras vegetales y cósmicas (sol, luna y estrella) de ingenua, casi infantil ejecución. La pintura punteada, los tonos tierra y el realce del dorado —típicos de la cerámica de Manises— autentifican el origen de la muestra.
En Cuba la religión traspasó siempre los umbrales y las sacristías de las iglesias ; cada creyente hizo suya e íntima la práctica religiosa, y lo mismo ostentaba con ella que la mezclaba con sus más cotidianas costumbres. Santiguarse al salir de la casa, al orar, o antes de entregarse al descanso, devino ratificación de ser cristiano, y fue un socorrido gesto en «casos difíciles».
En las casas-viviendas (señoriales o no) también las familias devotas elevaban sus plegarias para salvarse de ataques de armas, de epidemias; o por ambición, «pidiendo» a cambio de promesas.
Decenas de objetos religiosos animaron nuestras costumbres en siglos pasados. En muchas edificaciones domésticas existían oratorios o habitaciones especialmente dedicadas al culto que, en otros casos, se profesaba en los propios dormitorios.
En tales recintos había lamparillas de aceite, incensarios e improvisados altares para oficiar misa. Virtualmente se trasladaba la capilla al hogar, y en las alcobas de recogimiento y sueño se ubicaba un reclinatorio frente a la imagen religiosa, flanqueada por una especie de vasijilla que colgaba en la pared: la benditera.
También situadas tras las puertas a la calle, o junto al lecho, estas pilas eran suficiente santuario para inspirar la oración.
El estilo musulmán de las benditeras, se complementa con elementos decorativos compuestos por figuras vegetales y cósmicas (sol, luna y estrella) de ingenua, casi infantil ejecución. La pintura punteada, los tonos tierra y el realce del dorado —típicos de la cerámica de Manises— autentifican el origen de la muestra.
En Cuba la religión traspasó siempre los umbrales y las sacristías de las iglesias ; cada creyente hizo suya e íntima la práctica religiosa, y lo mismo ostentaba con ella que la mezclaba con sus más cotidianas costumbres. Santiguarse al salir de la casa, al orar, o antes de entregarse al descanso, devino ratificación de ser cristiano, y fue un socorrido gesto en «casos difíciles».
En las casas-viviendas (señoriales o no) también las familias devotas elevaban sus plegarias para salvarse de ataques de armas, de epidemias; o por ambición, «pidiendo» a cambio de promesas.
Decenas de objetos religiosos animaron nuestras costumbres en siglos pasados. En muchas edificaciones domésticas existían oratorios o habitaciones especialmente dedicadas al culto que, en otros casos, se profesaba en los propios dormitorios.
En tales recintos había lamparillas de aceite, incensarios e improvisados altares para oficiar misa. Virtualmente se trasladaba la capilla al hogar, y en las alcobas de recogimiento y sueño se ubicaba un reclinatorio frente a la imagen religiosa, flanqueada por una especie de vasijilla que colgaba en la pared: la benditera.
También situadas tras las puertas a la calle, o junto al lecho, estas pilas eran suficiente santuario para inspirar la oración.