Unas fueron desplegadas en batallas memorables; otras ondearon en actos cívicos trascendentales o presidieron asociaciones patrióticas en el exterior. Al amparo del símbolo de la nación cubana, como celeste velo, fueron creadas las colecciones del Museo de la Ciudad de La Habana.

Sobre la forma en que nació la bandera cubana pervivieron algunas versiones tenidas como ciertas o, por lo menos, verosímiles. Pero la que en definitiva fue aceptada es la de Cirilo Villaverde, quien, en calidad de testigo presencial, atribuyó el diseño de la insignia al general Narciso López, del cual era secretario personal, en esta carta dirigida en 1873 al director del periódico La Revolución de Cuba, que se editaba en Nueva York.

 

Señor Director de La Revolución de Cuba.                                Nueva York, febrero 12, 1873.

Muy Sr. mío:
Haciendo V. una ligera reseña histórica de la bandera cubana en el número 62 de su apreciable periódico, dice entre otras cosas: «Hay quien atribuye su invención al poeta Miguel Tolón, hombre de gran talento y mucho mérito; pero sin duda Gaspar Betancourt Cisneros —El Lugareño— fué quien mayor parte tuvo en el trabajo. A imitación de la bandera americana, se escogieron las fajas para representar los Estados, y se determinó que cinco fajas, tres azules y dos blancas, representaran a los cinco Estados en que debía dividirse Cuba».
En todo esto hay varios errores de bulto que conviene rectificar en tiempo por honor de una bandera que es ya el símbolo del heroísmo cubano. Ni en su concepción ni en su dibujo tuvo parte ni arte, como suele decirse, el gran patriota y distinguido escritor Gaspar Betancourt Cisneros, más conocido por el sobrenombre de El Lugareño. La concepción de nuestra gloriosa bandera fue exclusiva del ilustre Narciso López, la ejecución del plan se debió al buen poeta y entusiasta patriota Miguel Teurbe Tolón.
El que esto escribe fue testigo ocular y puede dar testimonio fehaciente de lo ocurrido en torno de una mesa cuadrilonga, en la sala del fondo del segundo piso de una casa de huéspedes, de la calle de Warren, acera del río Norte, entre la calle Church y Collene Place, en los primeros días del mes de junio de 1849. Allí vivía Tolón y allí concurríamos casi todos los desterrados de entonces. El general López, Betancourt, Aniceto Iznaga, Pedro Agüero, Macías, Sánchez Iznaga, Manuel Hernández y otros varios.
Tolón había venido a Nueva York desde agosto del año 1848, para hacerse cargo de la redacción de La Verdad, puesto que no quiso aceptar el célebre publicista José Antonio Saco. Su primer cuidado fue darle una forma elegante al periódico cubano, para lo cual dibujó una viñeta, que se hizo grabar y estereotipar, representando la isla de Cuba, tras de cuyas costas septentrionales asomaba el benigno sol de la libertad. Tan graciosa como correcta viñeta llamó la atención de López, quien había precedido a Tolón en su venida a este país sólo unos pocos días y se ocupaba en construir una bandera que le sirviese de enseña para guiar las huestes libertadoras en Cuba, cuando allá condujese la formidable expedición de hombres y pertrechos conocida por Round Island. En su salida precipitada de los valles de Manicaragua, dejó abandonados algunos papeles, entre ellos el borrador de una proclama al ejército español, el de la dimisión de su empleo de mariscal de campo, honores y condecoraciones, y sobre todo el rudo boceto de una bandera, con que debió darse el grito de independencia simultáneamente en Trinidad y Cienfuegos, el 28 de junio de 1848.
El tal boceto de bandera, que el que esto escribe vió agregado a la causa de conspiración, preso en la cárcel de La Habana, con los demás principales conjurados, era muy sencillo, pues que se componía de los colores republicanos, combinados en tres fajas horizontales, azul, blanca y roja; imitación lejana de la famosa bandera de Colombia. Pero familiarizado ahora con el pabellón americano, modificó su plan primitivo de bandera cubana, por lo cual, sentado a la mesa antes dicha, en compañía de Manuel Hernández, que después murió desastrosamente en el sitio de Granada, en Nicaragua, del que esto escribe y de algún otro, dijo a Tolón, poco más o menos, las siguientes palabras: «Vamos, señor dibujante, trácenos Vd. su idea de bandera libre de Cuba. Mi idea, agregó tomando un lápiz de manos de Tolón, era ésta, cuando me hallaba en las minas de Manicaragua»; y dibujó la de que acaba de hablarse.
Pero añadió en seguida que debía imitarse en cuanto se pudiera el pabellón americano, porque en su concepto era el más bello de las naciones modernas. No había sino tres colores para escoger; López expresó que las fajas debían ser tres, en representación de los tres departamentos militares en que los españoles dividían la Isla desde 1829; lo que había de discutirse era únicamente la distribución de aquéllas, de la manera más conveniente, a fin de que la imitación no resultara una copia servil de la bandera que se proponía como prototipo. En tal virtud, se decidió que las fajas no fuesen rojas; tampoco que fuesen blancas en campo azul, porque según observó López que, como militar, tenía una gran experiencia, a larga distancia desaparece el color blanco. Hubo, pues, que trazar una faja horizontal en el borde superior para que representara el departamento oriental, otra del mismo ancho en el centro en representación del Camagüey y las Cinco Villas o tierra adentro, y una tercer faja en el borde inferior que estaría por el departamento occidental. Dichas tres fajas en campo blanco, símbolo de la pureza de las intenciones de los republicanos independientes. Ahora bien, ¿sería esto bastante para constituir un pabellón nacional republicano? ¿Qué hacer con el color rojo? Sólo dos formas cabían para presentarlo convenientemente, a saber: el cuadrado y el cuadrilongo, según se acostumbraba en los pabellones nacionales. López, que era francmasón, naturalmente optó por el triángulo equilátero, figura geométrica más fuerte y significativa. Pero adoptado el triángulo, como desde luego se adoptó, ¿no pedía la heráldica que se colocara en el centro el ojo de la Providencia? Alguien de los presentes, se cree que Hernández, sugirió la idea, que López combatió con razones de gran peso; recordó la estrella de la bandera primitiva de Texas, y decidió que en el centro del triángulo sólo correspondía poner la estrella de Cuba levantándose sobre un campo de sangre para presidir en la lucha y alumbrar el camino trabajoso y obscuro de la libertad e independencia de la patria aherrojada.
Tolón trasladó al papel con mano hábil el feliz pensamiento del general López, lo iluminó en seguida con los colores republicanos, en el orden requerido, y quedó trazada una hermosa bandera, por más que, como decía el distinguido general Pedro Arismendi, estuviese su combinación en pugna con las reglas de la heráldica. En nada se parece a esta bandera la que flotó en Bayamo y otros sitios de Oriente, el primer semestre del alzamiento cubano, y es además muy defectuosa, por tener blanca la faja más corta superior, y en consecuencia, vista de lejos, resulta una escuadra cuyo brazo más corto lo forma un cuadrado rojo, y el más largo en un listón azul.
Ahora bien: ¿cómo vino a elegirse la bandera de López en el congreso de Guáimaro? Lo único que podemos decir sobre este particular es, que poco antes de ese suceso memorable, se encontró en una caja de hoja de lata, cerrada herméticamente, la bandera de seda que había llevado de aquí el gran patriota Betancourt Cisneros, y que había enterrado en el piso natural de la sala de su casa en la hacienda de Najasa, la última vez que allí estuvo a la vuelta de su larguísimo destierro.
La primera bandera cubana la construyó en esta ciudad una Emilia no menos filibustera que entusiasta, para regalársela a su autor. La primera que flotó públicamente aquí, la izaron el 11 de mayo de 1850 los hermanos Beach, dueños del Sun, en lo alto de su oficina, situada entonces en la esquina de abajo que forma la intercepción de la calle de Fulton con la de Nassau, donde ahora se halla la oficina del Commercial Advertiser. La que flameó en Cárdenas el 19 de mayo del mismo año, fue presentada al regimiento de Louisiana, por algunas señoritas de Nueva Orleans, entusiastas del general López.


Cirilo Villaverde.

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Publicada en La Revolución de Cuba, el 15 de febrero de 1873, esta carta ha sido aquí reproducida del libro Iniciadores y primeros mártires de la Revolución Cubana, de Vidal Morales y Morales (La Habana, Imprenta Avisador Comercial, 1901, pp. 260-262). Aparece también en La bandera, el escudo y el himno (Academia de la Historia de Cuba, La Habana, 1945), de Enrique Gay-Calbó.


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