Formando parte consustancial del Colegio Universitario de San Gerónimo, abrió sus puertas la galería José Nicolás de escalera.

La galería Nicolás de Escalera expone valiosísimas obras de la pintura cubana y universal.

En primer plano San José y el niño, óleo de José Nicolás de Escalera.

Un nuevo espacio cultural abrió sus puertas en la calle San Ignacio, a unos pasos de las antiquísimas Obispo y O’Reilly: la galería José Nicolás de Escalera, que tiene su asiento en el Colegio Universitario de San Gerónimo de La Habana.
Arte cubano y universal dialogan de manera sugestiva en las salas de esa novel pinacoteca que rememora el nombre del prístino pintor cubano, en consonancia con la transformación de esa sede académica en una institución cultural de cariz multivalente.
«Contábamos con este espacio de poco más de 300 metros, ideal para acoger la importante colección que, por muchos años, fue haciendo la Oficina del Historiador de la Ciudad mediante compras y donaciones», apunta José Linares, reconocido arquitecto y proyectista general del Colegio, quien a su vez tuvo a su cargo la museografía de la nueva exhibición. Y añade:
«Debido a su notoria variedad y riqueza, dicha colección planteaba un reto museográfico, ya que las obras son hitos de distintas épocas, períodos y artistas. Había que tratar de establecer una relación justificada y coherente entre piezas que, por sus características, no permiten hacer un recorrido por el arte universal o cubano de manera continua, cronológica o estilística».
Es así que las particularidades identitarias y estéticas de las obras  determinaron una museología diferente a la tradicional, al asumir como ejes centrales dos grandes temas: el retrato —o sea, la imagen del hombre—, y el entorno en que éste vive: el paisaje y los ambientes, trabajados todos de manera que se establezca una especie de diálogo de contrapunto entre lo que estaba sucediendo en Europa y lo que ocurría en Cuba, hasta llegar a las tendencias actuales.
En correspondencia, la exposición se despliega en dos espacios que se comunican mediante un vestíbulo central, al cual se accede por la escalera de entresuelos: de un lado, se abren las puertas al retrato; del otro, al entorno del individuo, tanto cubano como foráneo.

Razones para una visualidad
La galería Nicolás de Escalera exhibe obras de valor indiscutible. Por ejemplo, entre los retratos, destaca un dibujo del Papa Julio II atribuido a Rafael Sanzio (1483-1520), también conocido como Rafael de Urbino o, simplemente, Rafael, el gran pintor, dibujante y arquitecto italiano del Alto Renacimiento.
Miguel Ángel (1475-1564) y él trabajaron para el «Papa Guerrero», como llamaban a Julio II por la intensa actividad política y militar de su pontificado. Promotor de las pinturas de la Capilla Sixtina, bajo su mandato se reinició en 1506 la construcción de la Basílica de San Pedro, principal edificio del Vaticano, en Roma. A su muerte le sucedió el Papa León X, a quien Rafael también retrató.
En el recinto dedicado al entorno del hombre, se enfatiza Paisaje con bosque, del famoso pintor francés Jean-Baptiste Camille Corot (1796-1875), uno de los artistas que ejerció indiscutible influencia sobre el quehacer impresionista, reconocido por sus atmósferas intimistas y su trabajo con las luces y los matices.
Estas dos pinturas son verdaderas joyas de la colección y, como tales, han sido objeto de un tratamiento jerarquizado en la galería.
A tono con la voluntad de sus curadores, la museología se propone motivar una reflexiva curiosidad en el más amplio público, a la par que propiciar un diálogo de saberes entre los espectadores interesados en la historia del Arte. Hay una marcada intención de carácter docente con las miras puestas en los estudiantes del Colegio Universitario, donde se imparte la Licenciatura en Preservación y Gestión del Patrimonio Cultural.
A su vez, esta muestra permanente resulta una síntesis de las concepciones museográficas de Linares, quien en 2001 obtuvo el Premio Nacional de Arquitectura por su proyecto de renovación del Museo Nacional de Bellas Artes.
«En la galería José Nicolás de Escalera también se enfatizan los puntos de acentuación: los cuadros no se aprecian sólo cuando se está frente a ellos, sino que, desde la llegada a la sala, puede tenerse una visión general de qué vamos a encontrar. O sea, se produce un estímulo primario para la apertura de conocimientos y para crear interés en el espectador, por el solo hecho de tener una visión más o menos general de la sala», explica.
Así, los cuadros más valiosos se encuentran en los puntos más atractivos, como ocurre con las dos piezas antes mencionadas.

Tiempo y espacio
Para confirmar su propuesta, la pinacoteca acentúa los hitos epocales. En el caso del retrato, resulta un privilegio tener una obra atribuida a Rafael Sanzio, y así poder partir desde el Renacimiento. En lo adelante, y dada nuestra matriz hispánica, no es menos significativo que una obra del valenciano Vicente López Portaña (1772-1850) represente a la pintura neoclásica, sobre todo tratándose de un retrato del rey Fernando VII, quien lo nombró Primer Pintor de Cámara en 1815.
Al unísono, la pintura colonial cubana ya tiene en José Nicolás de Escalera y Domínguez (1734-1804) a su primer representante, autodidacto, quien se inspiraba en el barroco español para hacer sus cuadros religiosos, entre ellos el óleo San José y el niño, única obra que posee la galería del artista que le da nombre. Le siguen cuadros de Juan del Río (1748-?), Vicente Escobar (1762-1834), Víctor Patricio de Landaluze (?-1889), hasta entrar en el academicismo con Armando Menocal (1863-1942) y Leopoldo Romañach (1862-1951), de quienes se exponen dos obras curiosísimas.
El recorrido por el retrato cubano abarca desde su surgimiento a mediados del siglo XVIII hasta fines de la primera mitad del siglo XX. Culmina con piezas de Víctor Manuel (1897-1969) y Servando Cabrera (1923-1981) que son exhibidas al público por primera vez, entre ellas un Autorretrato del primero.
De visitar el otro espacio de la galería siguiendo un itinerario cronológicamente inverso —o sea, desde el siglo XX hacia el pasado—, es preciso reparar inmediatamente en Paisaje de Bauta, de Mariano Rodríguez (1912-1990), cuadro alegórico a la iglesia donde se reunía el grupo Orígenes y que constituye, sin dudas, otra de las rarezas de tan heterogénea colección. Asimismo destacan obras poco conocidas de Amelia Peláez (1896-1968), René Portocarrero (1912-1985), Eduardo Abela (1889-1965) y Luis Martínez Pedro (1948-1989).
Sendos paisajes de los dos Chartrand —Esteban (1840-1883) y Philippe (1825-1899)— ejemplifican la entrada del Romanticismo en Cuba a través de la representación de su naturaleza. En tanto, el ambiente de interiores europeo tiene una presencia de gran formato gracias a Baile de Salón, de Manuel Domínguez Sánchez (1818-1867), representante del decorativismo español. Hay también expuesto otro graduado de la madrileña Academia de San Fernando: Alejandro Ferrant y Fischermans (1843-1917).
A propósito del valor de esta colección, Moraima Clavijo, directora del Museo Nacional de Bellas Artes, expresó en la jornada de apertura: «Las posibilidades del arte son infinitas, como lo es su vocación de transmitir conocimiento y convidar al disfrute. Este conjunto nos conduce a ambas cosas. El presente rescate es un nuevo regalo, de los muchos que nos ha hecho la obra de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, con el que sigue enriqueciendo el enorme patrimonio cultural de Cuba».

Cualidades trascendentes

Luz natural y artificial se conjugan para iluminar los cuadros y realzar sus cualidades sin atentar contra su integridad física. A través de los cristales nevados que rodean la galería, el espectador entra en contacto con la urbanidad circundante, a la par que recorre tan singular espacio expositivo.
Para el arquitecto José Linares, «lo más llamativo e innovador es la concepción museológica, la forma en que se ha organizado esta colección, la cual funciona como una incitación a pensar en otras posibles museologías, tanto para los museos como para exposiciones temporales».
«Hay implícito un trabajo de curaduría que propone otro punto de vista y busca lograr otro efecto sobre el espectador», enfatiza, para concluir: «Lo esencial es acercarse al arte de forma multivalente, con las ópticas más disímiles posibles».
Hace ya unos años, reabrió sus puertas el Museo Nacional de Bellas Artes en dos sedes expositivas: el primigenio Palacio de Bellas Artes, convertido en sede del arte cubano, y el antiguo Centro Asturiano, sede del arte universal.
Ahora ha abierto sus puertas la galería Nicolás de Escalera en el Colegio Universitario de San Gerónimo, refundado en el mismo lugar donde fuera erigida la primera universidad cubana en 1728.
Beldad y sabiduría se yerguen detrás de sus cristales con una propuesta que convoca al viandante a atisbar en los dominios del arte. Y quien reconozca este estímulo, podrá descubrir cuán perceptibles resultan aquellos saberes que pueden compartirse con la luz y la ciudad.

Melbys Nicola
Periodista

A la izquierda: (primera imagen) Debidamente jerarquizado en la sala dedicada al retrato, este dibujo atribuido a Rafael de Sanzio es una de las joyas de la colección. Representa al Papa Julio II,  bajo cuyo pontificado se reinició en 1506 la construcción de la Basílica de San  Pedro, en Roma; (segunda imagen) En la sala dedicada al entorno del individuo se destaca  el cuadro de gran formato Baile de Salón, de Manuel Domínguez Sánchez, uno de los representantes del decorativismo español;  (tercera imagen) A través de los cristales nevados que rodean la galería, el espectador entra en contacto con la urbanidad circundante, a la par que recorre tan singular espacio expositivo. Imagen a la derecha: Niña con muñeca, de Eduardo Abela. Amelia Pelaéz del Casal. Cesta de flores.

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