La exposición «Y el arca va…», de Esteban Machado, quedó inaugurada este viernes 10 de septiembre en el Museo de Arte Colonial. Sobre la obra de este sorprendente pintor autodidacta, reflexiona en este artículo el crítico Toni Piñera.
Con una mano diestra y una imaginación sin fronteras, Esteban Machado Díaz (La Habana, 1965) ha logrado una obra que habla de su talento creativo.
Todas las regiones y ciudades importantes han tenido sus poetas, músicos, trovadores, vivos depositarios de tradiciones populares… y también sus pintores. En ellos la historia ha logrado vestirse de leyenda; el mito adquirir vigencia en narraciones y símbolos trajinados por la gente; la palabra convertirse en metáfora, y la naturaleza reunirse a elementos culturales y hasta surreales, para devenir juntos ornamento, teatralidad y modalidad de comunicación popular.
El artista autodidacta Esteban Machado Díaz (La Habana, 1965) no es una excepción. Con muy poco tiempo inmerso en estos avatares del color y las formas, pero con una mano diestra y una imaginación sin fronteras, ha logrado una obra que habla de su talento creativo. En el paisaje consigue fundir el mito, la metáfora, la naturaleza y el ambiente cultural de su entorno caribeño y antillano para entregar unas pinturas en las que se hace vigente la originalidad y la capacidad artística a la hora de trabajar.
En el paisaje rural cubano, con sus rasgos geográficos, con los contrastes o veladuras que le suministra la luz, con sus estridencias e intimidades, llega a proyectarse como peculiar alegoría, ensoñación objetivada, y realización artística en estas piezas que alcanzan tonos muy personales.
No es la pintoresca y tradicional estampa paisajística la que allí se mueve, sino más bien un retrato ficticio de la realidad, que no por serlo rompe sus vínculos internos con lo diario vivido. Quiere aprehender —en las composiciones realizadas en óleo sobre tela— una dimensión fantástica del paisaje, matizada con la exuberancia tropical o los azules siderales circundantes, salpicada por el ingenio del creador.
En sus imágenes aparece transformado en bella ornamentación del diseño pictórico, un conjunto de plantas, animales, frutos, bohíos, fetiches, procedentes del medio y las figuraciones tradicionales de la conciencia habitual, típicos de las zonas costeras de nuestra isla. Como dijera Eusebio Leal, en las palabras del catálogo de la muestra:
«Esteban Machado parece responder con sus obras a un motivo esencial: sus arcas-cocos de cubanía simbolizan a la Isla que se sostiene contra todos los embates para no ser arrasada en su aparente fragilidad». Precisamente en esas arcas repletas de fantasía bullen los sueños del creador. Esteban Machado transforma las telas en espejos que son modelos dignos de imitar, en las que el paisaje ocupa el primer plano de su creación. Para caracterizarlo, habría que decir, ante todo, cuánto de autóctono y de cosmopolita se enhebra y adquiere personal sentido en el artista. Sus trabajos transfiguran concepciones pictóricas contemporáneas (cubanas y universales), los cuales entrelazan un variado número de formas llegadas de sus impresiones biográficas, de elementos visuales que disfrutó alguna vez durante el contacto con su geografía caribeña. Vestido de poeta, jugando siempre entre concepto-paisaje, como un diálogo entre realidad-irrealidad.
Sus imágenes (El arca de cubanía, Desafíos, La Fe, Pecados e injurias…) reproducen la dimensión hedonista de los vínculos del hombre con el campo visual. Adquieren significado objetivo (ése de responder a leyes de ritmo, equilibrio y armonía), connotación subjetiva (la de traducir, ilusoriamente, el sinfín de sugerencias que podamos ver en ellas), descubriéndonos su lírica dependencia de las visiones y sensaciones cristalizadas en él.
El artista autodidacta Esteban Machado Díaz (La Habana, 1965) no es una excepción. Con muy poco tiempo inmerso en estos avatares del color y las formas, pero con una mano diestra y una imaginación sin fronteras, ha logrado una obra que habla de su talento creativo. En el paisaje consigue fundir el mito, la metáfora, la naturaleza y el ambiente cultural de su entorno caribeño y antillano para entregar unas pinturas en las que se hace vigente la originalidad y la capacidad artística a la hora de trabajar.
En el paisaje rural cubano, con sus rasgos geográficos, con los contrastes o veladuras que le suministra la luz, con sus estridencias e intimidades, llega a proyectarse como peculiar alegoría, ensoñación objetivada, y realización artística en estas piezas que alcanzan tonos muy personales.
No es la pintoresca y tradicional estampa paisajística la que allí se mueve, sino más bien un retrato ficticio de la realidad, que no por serlo rompe sus vínculos internos con lo diario vivido. Quiere aprehender —en las composiciones realizadas en óleo sobre tela— una dimensión fantástica del paisaje, matizada con la exuberancia tropical o los azules siderales circundantes, salpicada por el ingenio del creador.
En sus imágenes aparece transformado en bella ornamentación del diseño pictórico, un conjunto de plantas, animales, frutos, bohíos, fetiches, procedentes del medio y las figuraciones tradicionales de la conciencia habitual, típicos de las zonas costeras de nuestra isla. Como dijera Eusebio Leal, en las palabras del catálogo de la muestra:
«Esteban Machado parece responder con sus obras a un motivo esencial: sus arcas-cocos de cubanía simbolizan a la Isla que se sostiene contra todos los embates para no ser arrasada en su aparente fragilidad». Precisamente en esas arcas repletas de fantasía bullen los sueños del creador. Esteban Machado transforma las telas en espejos que son modelos dignos de imitar, en las que el paisaje ocupa el primer plano de su creación. Para caracterizarlo, habría que decir, ante todo, cuánto de autóctono y de cosmopolita se enhebra y adquiere personal sentido en el artista. Sus trabajos transfiguran concepciones pictóricas contemporáneas (cubanas y universales), los cuales entrelazan un variado número de formas llegadas de sus impresiones biográficas, de elementos visuales que disfrutó alguna vez durante el contacto con su geografía caribeña. Vestido de poeta, jugando siempre entre concepto-paisaje, como un diálogo entre realidad-irrealidad.
Sus imágenes (El arca de cubanía, Desafíos, La Fe, Pecados e injurias…) reproducen la dimensión hedonista de los vínculos del hombre con el campo visual. Adquieren significado objetivo (ése de responder a leyes de ritmo, equilibrio y armonía), connotación subjetiva (la de traducir, ilusoriamente, el sinfín de sugerencias que podamos ver en ellas), descubriéndonos su lírica dependencia de las visiones y sensaciones cristalizadas en él.