Con motivo del aniversario 194 del Grito de Dolores, la Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez mantiene abierta al público la muestra «Imágenes de Juchitán», representativa del trabajo de la mexicana Graciela Iturbide, con fotografías antológicas que recogen escenas insólitas del universo indígena de México.
En sus fotografías, la mexicana Graciela Iturbide prioriza los primeros planos y, con gran limpieza, capta la pesadez de los volúmenes para lograr un formalismo de alto vuelo.

 Con absoluto respeto y alejado de cualquier tendencia esnobista, el lente de Graciela Iturbide enfoca en imágenes elocuentes la cosmovisión, la cotidianidad, la simbología, los ritos y las tradiciones de mundos diferentes, frecuentemente ignorados o marginados. Este quehacer la coloca en la perspectiva del “artista como antropólogo”, noción apuntada, además, por la originalidad de un acercamiento plástico en el cual la mirada de la artista capta el espíritu de lo retratado y logra integrarlo en una visualidad de fuerte unidad estilística.
Patentizar una realidad y perpetuar la memoria individual o colectiva han sido las misiones históricas de la fotografía, que aun desde sus inicios se trazó propósitos estéticos que se han ido orientando marcadamente hacia la experimentación y la intervención de diferentes procesos para un resultado cada vez más manipulado. Sin embargo, Graciela Iturbide, perteneciente a la generación de fotógrafos que busca lo artístico en lo sugerente de cada tema y en la localización de cada imagen a partir de determinados ángulos y enfoques, por lo general a corta distancia, logra, sin otros artificios, que su trabajo se nos torne desconcertante y dialógico. Más que una fotografía naturalista, su quehacer trasciende la reproducción mimética de una escena para invocar al Surrealismo, no solo por los temas que aborda, de evidente apego a tradiciones mágico-religiosas, sino por las soluciones formales con que estas realidades son retratadas. Recrea sobrias atmósferas de silencio, en las que habitualmente un ser humano en actitud irrevocable y con cierto dramatismo contenido, establece un íntimo y al parecer cotidiano contacto con la singularidad de un animal. Acude a los simbolismos en genuina reafirmación de cada identidad para colocarnos ante la incertidumbre que evocan estos mundos diferentes y complejos. Prioriza los primeros planos –ignorando por lo general lo anecdótico– y capta la pesadez de los volúmenes con gran limpieza para lograr un formalismo de alto vuelo. Con motivo del aniversario 194 del Grito de Dolores, la Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez, en el Centro Histórico de la ciudad, abrió al público una muestra representativa del trabajo de esta artista, con fotos antológicas que recogen escenas insólitas del universo indígena de México. Desde una realidad específica, aún sin referencias de sus particularidades, las imágenes de Graciela pueden ser perfectamente asumidas desde una globalidad que suele ser exclusiva, porque validar todo tipo de expresión humana sin prejuicios, a través de una fotografía de notables valores plásticos, es la estrategia que con buen rumbo ha elegido esta fotógrafa excepcional que indaga en lo inconmensurable de la naturaleza humana y en las relaciones del hombre con su entorno, para acercarnos a saberes ancestrales, legitimar asuntos triviales y sectores segregados, y contribuir, a partir del respeto, a la poesía de un mundo intenso y heterogéneo.

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