Al convertir –mediante el arte digital– imágenes de puertas y ventanas en obras de arte, Guillermo Bello propone «una visión más decantada de los tópicos visuales dominantes en su faena artística».
Desde la entrada de Bello al mundo del arte digital, su obra ha tenido tres protagonistas centrales: la ciudad, su gente, y sus puertas y ventanas.
Por las puertas y las ventanas se ve el alma de los edificios. Pero hay que saber ver para encontrar las que realmente se distinguen de las demás, bien porque han envejecido con dignidad, o porque han rendido su encanto a la intemperie del hombre y de la vida.
Hay tantas puertas y ventanas como épocas, estilos y caracteres humanos. Por ejemplo, las hay ostentosas, bellas, humildes, resignadas y olvidadas, fuertes e indefensas. ¿Cuántas veces al pasar por delante de ellas quisieran decirnos algo, y no le hacemos caso? Incluso, ni cuando nos tienden sus manos de luz o historia. Olvidamos, quizás, que detrás de cada una de esas puertas y ventanas hay un drama, o una flor viva, o una persona que nos podría modificar nuestra visión del mundo.
Pero, al menos, para las puertas y ventanas de La Habana más añosa, existe alguien que no sólo responde a sus ruegos, sino que también nos las entrega restituidas en su significado más íntimo, hechas obras de arte. Esa persona es Guillermo Bello (Santa Cruz del Norte, 1947), quien presentó la muestra «Puertas al tiempo» en el claustro sur del Convento de San Francisco de Asís. Desde la entrada de Bello al mundo del arte digital, su obra ha tenido tres protagonistas centrales: la ciudad, su gente, y sus puertas y ventanas.
En su quehacer, Guillermo Bello ha logrado un proceso de objetivación gráfica –a una escala personal, por supuesto– que bien puede homologarse con ese otro que operó en la etapa colonial y hasta en la propia historia de la fotografía, cuando los primeros asuntos de las series grabadas atendían a la imagen de la ciudad (edificios, plazas, calles...) para luego plasmar sus tipos y costumbres. En esta nueva exposición, Bello nos propone una visión más decantada de los tópicos visuales dominantes en su faena artística. La ciudad y su gente se han distanciado de cierta impronta costumbrista, anecdótica, para metaforizarse en puertas y ventanas que, con ser las mismas que a diario vemos, por obra y gracia de la mediación del artífice, son otras. De la narración ha pasado a la poesía.
Ahora, esos elementos encierran una transformación, un universo poético lo suficientemente autónomo como para darnos el sentido justo de la realidad tal cual la ve el artista, y no tal cual la vemos nosotros. La subjetividad se asocia con la certeza del hallazgo. Bello dilata las fronteras de la realidad acostumbrada. Más que restaurar, recrea. Nunca pensé que el abandono y la desidia se pudieran hacer belleza. «Puertas al tiempo» es la confirmación. En ellas el hombre no está, pero se presiente; pasó o está al pasar.
En tanto, la puerta o la ventana de al lado, o la del balcón, esperan... ¿Quién las devolverá a su forma primaria? ¿Quién les enmendará las persianas, les sustituirá la madera carcomida, les dará una nueva mano de pintura?
Por el momento dejémoslas así, sin una respuesta. Que sea el surrealismo real que a diario nos hace y nos rehace, con su cuota más próspera de azar, el que nos conmine a ver estas puertas y ventanas, como la historia más tangible de los seres humanos que las abrieron o cerraron para siempre. Porque al final, como en un gran colofón de piedra, leemos: Guillermo Bello in fixit.
Hay tantas puertas y ventanas como épocas, estilos y caracteres humanos. Por ejemplo, las hay ostentosas, bellas, humildes, resignadas y olvidadas, fuertes e indefensas. ¿Cuántas veces al pasar por delante de ellas quisieran decirnos algo, y no le hacemos caso? Incluso, ni cuando nos tienden sus manos de luz o historia. Olvidamos, quizás, que detrás de cada una de esas puertas y ventanas hay un drama, o una flor viva, o una persona que nos podría modificar nuestra visión del mundo.
Pero, al menos, para las puertas y ventanas de La Habana más añosa, existe alguien que no sólo responde a sus ruegos, sino que también nos las entrega restituidas en su significado más íntimo, hechas obras de arte. Esa persona es Guillermo Bello (Santa Cruz del Norte, 1947), quien presentó la muestra «Puertas al tiempo» en el claustro sur del Convento de San Francisco de Asís. Desde la entrada de Bello al mundo del arte digital, su obra ha tenido tres protagonistas centrales: la ciudad, su gente, y sus puertas y ventanas.
En su quehacer, Guillermo Bello ha logrado un proceso de objetivación gráfica –a una escala personal, por supuesto– que bien puede homologarse con ese otro que operó en la etapa colonial y hasta en la propia historia de la fotografía, cuando los primeros asuntos de las series grabadas atendían a la imagen de la ciudad (edificios, plazas, calles...) para luego plasmar sus tipos y costumbres. En esta nueva exposición, Bello nos propone una visión más decantada de los tópicos visuales dominantes en su faena artística. La ciudad y su gente se han distanciado de cierta impronta costumbrista, anecdótica, para metaforizarse en puertas y ventanas que, con ser las mismas que a diario vemos, por obra y gracia de la mediación del artífice, son otras. De la narración ha pasado a la poesía.
Ahora, esos elementos encierran una transformación, un universo poético lo suficientemente autónomo como para darnos el sentido justo de la realidad tal cual la ve el artista, y no tal cual la vemos nosotros. La subjetividad se asocia con la certeza del hallazgo. Bello dilata las fronteras de la realidad acostumbrada. Más que restaurar, recrea. Nunca pensé que el abandono y la desidia se pudieran hacer belleza. «Puertas al tiempo» es la confirmación. En ellas el hombre no está, pero se presiente; pasó o está al pasar.
En tanto, la puerta o la ventana de al lado, o la del balcón, esperan... ¿Quién las devolverá a su forma primaria? ¿Quién les enmendará las persianas, les sustituirá la madera carcomida, les dará una nueva mano de pintura?
Por el momento dejémoslas así, sin una respuesta. Que sea el surrealismo real que a diario nos hace y nos rehace, con su cuota más próspera de azar, el que nos conmine a ver estas puertas y ventanas, como la historia más tangible de los seres humanos que las abrieron o cerraron para siempre. Porque al final, como en un gran colofón de piedra, leemos: Guillermo Bello in fixit.