Como un rumor misterioso del XXX Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, la Casa de la Obra Pía, abrió sus puertas el miércoles 10 a la exposición «Diseños para el séptimo arte», representativa del vestuario destinado a algunos importantes filmes cubanos.

Mientras transcurre del XXX Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, la Casa de la Obra Pía, abrió sus puertas este 10 de diciembre a la exposición «Diseños para el séptimo arte». Con una muestra representativa del vestuario utilizado en algunos de los más importantes filmes cubanos.

El vestuario de La Bella del Alhambra pertenece a la reconocida diseñadora Diana Fernández
La Bella del Alhambra deslumbró a la Casa de la Obra Pía, pero esta vez no con su baile sensual y su voz melodiosa, sino con el virtuosismo de su escaparate. Entró una mañana cualquiera y se quedó congelada en una esquina de la casona. Al mismo tiempo actuó en las tablas de la historia, una vez sobre la Isla de las Cotorras, otra vendiendo percheros por los barrios habaneros hasta comprar el recuerdo con sus besos. Rachel, de la mano de sus modistas, volvió a brillar como una de las obras más representativas de la cinematografía cubana.
Junto a ella, traspasaron el portón los trajes de la intrépida mujer que participó en el secuestro del campeón mundial argentino de Fórmula 1, Juan Manuel Fangio, así como el encaje blanco y rosa que cubrió, no sin rubor, las apasionadas curvas de la bella joven romántica, prendada por la poesía de quien le escribía cartas de amor desde el parque. También bailaron juntos los conjuntos al son del Cha Cha Chá y el Patakí de la inolvidable Ruperta, la Caimana de Asenenth Rodríguez.
Todavía con la pólvora de los convulsos años neocoloniales, el vestido de la segunda Lucía que encarnó Eslinda Núñez en la antológica cinta de Humberto Solás brilla su sobriedad en los flancos de una Edad de la Peseta que comparte sus ovalos de colores con una de las rumberas que se contoneó con el ritmo del Bárbaro.
El mayor misterio de esta exposición no son los espectros que aún viven entre sus pliegos, como feudos de una conquista intransferible, sino los intersticios de una labor anónima e imprescindible en pos de destacar la magia del cine, la dedicación de manos inquietas que logran recrear escenas y emociones con los golpes de sus agujas y con las vueltas del color. Complemento, no lo creo; creación en todo caso, creación restellante que perdura guardada en los vestidores, como guarda la memoria las ejecuciones de los actores dentro del tejido de sus personajes. Cada asistente o simple curioso podrá entender más el cine, ahora desde la perspectiva de sus vestidos, desde la perspectiva del color y de los cortes que parecen imbuidos de la inmortalidad de los personajes que ayudaron a perpetuar.

Rodolfo Zamora Rielo
Opus Habana

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