Hubo que esperar hasta 1914 para que se conocieran las Memorias inéditas de la Avellaneda, publicadas por el historiador y periodista Domingo Figarola Caneda.
De la Avellaneda dijo Domingo Figarola Caneda: «su voz era dulce y melodiosa, leía con mucho despejo, entonación y sentimiento, y estaba dotada de aquella mezcla de ternura y vehemencia de carácter propia de los espíritus nobles».

 OBRA AUTOBIOGRÁFICA
En 1839 escribió Gertrudis Gómez de Avellaneda la más importante y extensa de sus tres autobiografías, la cual estaba destinada a un único lector: Ignacio Cepeda, con quien se había encontrado en Sevilla ese año y mantendría una frustrada relación amorosa.
«Después de leer este cuadernillo, me conocerá usted tan bien, o acaso mejor que a sí mismo. Pero exijo dos cosas. Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segunda: que nadie más que usted en el mundo tenga noticia de que ha existido», exige la Avellaneda al destinatario de sus confesiones. Él —no obstante— las guardó celosamente durante casi 60 años, junto a decenas de cartas que ella también le enviara, firmadas con el diminutivo «Tula».
Cepeda muere en 1906 y, al año siguiente, su viuda sufraga una edición de 300 ejemplares que contiene —además de las epístolas— la Autobiografía de la Avellaneda, quien había fallecido hacía ya 34 años. Es gracias a esas páginas autobiográficas que conocemos algo sobre su infancia y adolescencia, las cuales transcurrieron en su natal Camagüey.
Tenía nueve años cuando pierde a su padre, un oficial de la Marina española, y su madre —camagüeyana «joven aún, viuda, rica, hermosa (...)»— vuelve a casarse con otro militar español, esta vez un teniente coronel de Regimiento.
Siguiendo el deseo de su difunto padre de volver a España y establecerse en Sevilla —«en los últimos meses de su vida esta idea fue en él más fija y dominante», según relata ella misma—, la Avellaneda decide «abandonar mi patria para venir a este antiguo mundo».
Ese sueño se hace realidad cuando, luego de serias desavenencias con la familia materna, logra que su madre acepte lo que también era un deseo de su padrastro. Pero antes del viaje a España, y durante una estancia de varios meses en Santiago de Cuba en espera de la fragata francesa que la llevaría previamente a Burdeos, Tula dio a conocer sus poemas en el ambiente de aquella ciudad. Ya en 1832, a los 18 años —cuatro antes de su partida—, había publicado en el Diario de La Habana su primer soneto conocido hasta hoy, sobre la muerte de uno de los hijos naturales de su padre y que llevaba su mismo nombre, Manuel Gómez de Avellaneda.
De modo que cuando —el 9 de abril de 1836— abandona Cuba, ya su formación literaria es completa y ella está consciente de sus facultades de escritora tanto para la prosa como para la poesía. No en balde durante la travesía marítima escribe dos de sus poemas más logrados: el soneto «Al partir» y el canto «Al mar».
«¡Perdone usted!; mis lágrimas manchan este papel; no puedo recordar sin emoción aquella noche memorable en que vi por última vez la tierra de Cuba», confesaría a Cepeda en su Autobiografía. Y eran tan sinceras sus palabras que —según Lorenzo Cruz de Fuentes, editor del manuscrito inédito en 1907— todavía se veían en él manchas de lágrimas.

ESTANCIA EN SEVILLA
Tras una corta escala en Burdeos, se trasladó con su familia a La Coruña, Galicia. Allí sufrió el rechazo de los parientes de su padrastro y, sintiéndose incomprendida hasta por el pretendiente con quien estuvo a punto de casarse, abandonó esa ciudad en compañía de su hermano. Al llegar por fin a Sevilla en 1838 era tal su estado de melancolía, que le hizo expresar en una carta a su prima Eloísa: «¡es cosa cruel sentirse con un corazón cansado y frío bajo este sol de fuego!».
Por entonces, comienza a publicar en revistas y periódicos, y en 1840 estrena su primer drama: Leoncia. Ese mismo año pasa a Madrid y entabla amistad con Nicasio Gallego, quien prologaría la primera edición de sus Poesías(1841). «Todo en sus cantos es nervioso y varonil; así cuesta trabajo persuadirse que no son obra de un escritor de otro sexo», escribe su amigo con intención elogiosa. Sin embargo, no todo son elogios: múltiples detractores cuestionan la originalidad de su obra y, por tanto, la validez de su voz en el campo estético.
Esos ataques arrecian desde el lado de la intelectualidad masculina, cuando en 1845 la Avellaneda obtiene premios por dos poemas en un certamen dedicado a Isabel II, uno de los cuales presentó con un seudónimo varonil: Felipe de Escalada. A raíz del suceso, un poeta local —Martínez Villergas— escribió estos versos de mofa: Hay en Madrid un ser de alto renombre/ con fama de bonito y de bonita/ que por su calidad de hermafrodita/ tan pronto viene a ser hembra como hombre/ Esta es la Avellaneda/ no os asombre...
Ya para entonces, Tula había tenido amores con el poeta Gabriel García Tassara, de quien da a luz una hija que muere a los pocos días de nacida, en 1845. Al año siguiente se casa con Pedro Sabater, quien prometía hacer una carrera política brillante pero también fallece, poco tiempo después de las nupcias. Desgraciada, la Avellaneda se pasa una temporada recluida en un convento de Burdeos.
Tras ese retiro espiritual, vuelve a Madrid y despliega una intensa actividad intelectual; así, entre 1846 y 1858 estrena en teatros —a veces, con gran éxito— no menos de 13 obras dramáticas. No obstante, cuando en 1853 intenta ingresar en la Academia Española, le es denegada la solicitud por ser mujer.

 REGRESO A CUBA
Acompañando a su segundo esposo, el coronel español Domingo Verdugo, figura política que en 1858 había sido víctima de un atentado, la Avellaneda viajó por distintos lugares de España y Francia, hasta que a éste —convaleciente de las heridas— lo designaron para un cargo oficial en Cuba. Fue la oportunidad para que Tula regresara a su tierra natal en noviembre de 1859. Poco tiempo después, el 27 de enero de 1860, se le tributa un homenaje nacional en el Teatro Tacón de La Habana, y realiza un recorrido triunfal por ciudades de la Isla, incluyendo Puerto Príncipe, donde es también homenajeada.
Verdugo se traslada sucesivamente a las tenencias del gobierno de Cienfuegos, Cárdenas y Pinar del Río, y en esta última ciudad muere en octubre de 1863. Parte entonces la Avellaneda con su hermano Manuel hacia Estados Unidos, viaja por Londres y París y regresa a Sevilla (1864-1867), de donde pasa a Madrid cuando muere aquél.
El pintor Francisco Cisneros, realizó un retrato en el que Tula lleva la corona de oro con hojas de laurel esmaltadas que la poetisa Luisa Pérez de Zambrana le ciñera durante el homenaje en el Teatro Tacón. En su testamento, la Avellaneda dispondría que dicha corona —junto al ramo de oro con que la honró Matanzas— fueran «tributadas el mismo día, humildemente, a las plantas de la sagrada imagen de la gloriosa Virgen, al pie de cuyo altar se coloque mi cadáver, si es que en vida no he hecho yo, como pienso, esa respetuosa ofrenda (...)» Se afirma que, antes de partir de Cuba, cumplió esa promesa al donarla a la virgen María del Convento de Belén.

ÚLTIMOS AÑOS
El primero de febrero de 1873, en Madrid, en Ferraz No. 2, murió la Avellaneda después de sufrir dolorosas crisis de soledad y abatimiento. Pocos años antes —entre 1869 y 1871—, prematuramente envejecida y enferma de diabetes, había preparado una edición revisada de sus Obras literarias en cinco volúmenes. De ellas excluyó Guatimozín, último emperador de Méjico (1846), así como sus dos novelas más tempranas: Sab (1841) y Dos mujeres (1842-1843), que en su momento habían sido prohibidas en Cuba por orden del Censor Real, y embargadas por la aduana en Santiago de Cuba.
Resulta sumamente interesante cómo la crítica contemporánea ha retomado la obra de la Avellaneda, a quien se le califica —incluso— como una precursora del feminismo moderno tanto por su actitud vital como por la fuerza que imprime a sus personajes femeninos literarios.
Considerada la primera novela antiesclavista en las letras españolas, Sab ha sido publicada en varias ocasiones en los últimos años, la más reciente en 2001 por la Universidad de Manchester.
Para la ensayista norteamericana Evelyn Picon Garfield, esa novela se diferencia de modo fundamental del resto de las narrativas coetáneas sobre el tema escritas por hombres. En ese sentido, apunta que en Cuba, «entre las narrativas antiesclavistas, sólo en Sab se desdobla la temática de la esclavitud en una tiranía que atañe tanto a la raza negra como al sexo femenino».
Y al analizar Dos mujeres, Picon Garfield afirma que en esta obra «urde un importante contradiscurso sobre la sexualidad femenina mediante la ética/estética del autodominio que se parece más a la del hombre libre de la antigüedad griega que a la de la mujer cristiana hispánica del siglo decimonónico».
 HOMENAJE EN LA HABANA
En 1914 se celebró en Cuba el centenario del nacimiento de la Avellaneda y, con ese motivo, se confeccionó una medalla conmemorativa. Para entonces, Domingo Figarola Caneda había publicado Memorias inéditas de la Avellaneda (1914), al que se añadiría Gertrudis Gómez de Avellaneda. Biografía, bibliografía e iconografía incluyendo muchas cartas inéditas... (1929), publicado por su viuda Emilia Boxhorn. A Figarola se debe el que se conocieran las cartas que la Avellaneda enviara a su prima Eloísa desde Sevilla. A él pertenece también esta hermosa descripción de Tula: «Era alta de cuerpo, esbelta y bien conformada, de una complexión que los cubanos llaman trigueño lavado, es decir, de un moreno claro con visos rosados, que es el tipo de belleza más admirada en la isla; su tez suave y tersa, el cabello oscuro, largo y abundoso, los ojos negros grandes y rasgados, y las demás facciones regulares y expresivas; su voz era dulce y melodiosa, leía con mucho despejo, entonación y sentimiento, y estaba dotada de aquella mezcla de ternura y vehemencia de carácter propia de los espíritus nobles, elevados y generosos».

Comentarios   

Rene Leon
#1 Rene Leon 29-06-2016 12:09
Muy buen articulo sobre la Avellaneda
R.Leon
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