El Santísima Trinidad no solo llegó a ser el mayor navío de su tiempo sino también el más artillado con cuatro baterías. En la batalla de Trafalgar, 140 piezas asomaron en portas y amuras. De igual manera fue necesario dotarlo de una impresionante Santabárbara capaz de alimentar con variados proyectiles y pólvora aquellas sedientas bocas de fuego que, en más de una ocasión estremecieron las carlingas de los bajeles de la Royal Navy.

La intimidante Santabárbara del Escorial de los Mares.

 
 En la imagen se representan las diferentes piezas de artillería que portaba en sus baterías el Santísima Trinidad: en orden ascendente, cañones de 32 libras, de a 24, de a 16 y 8, además de morteros de 64 lbs; aunque no aparecen también llevaba esmeriles en las amuras. El calibre de las piezas estaba dado por el peso del proyectil.
El Santísima Trinidad no solo llegó a ser el mayor navío de su tiempo sino tambien el más artillado con cuatro baterías. En la batalla de Trafalgar, 140 piezas asomaron en portas y amuras. De igual manera fue necesario dotarlo de una impresionante santabárbara capaz de alimentar con variados proyectiles y pólvora aquellas sedientas bocas de fuego que, en más de una ocasión estremecieron las carlingas de los bajeles de la Royal Navy.
En el siglo XVIII el armamento era reglamentado por el calibre del cañón según el peso en libras del proyectil. Tras la guerra de sucesión española se redactó en 1728, el primer reglamento de artillería de la Armada española, en el que por vez primera se adoptaron los calibres franceses de 36, 24, 18, 12, ocho, seis y cuatro libras. Dadas sus dimensiones estas piezas resultaron ineficientes, obligando a realizar reformas en 1752, nueva disposición que mantenía los calibres pero reducía el volumen de las piezas, a la vez que aligeraba los pesos. El tercer reglamento data de 1765, con la novedad de versiones largas y cortas en los calibres de 18, 12, ocho, seis y cuatro libras, mientras el de 1783 redujo el peso y tamaño de los cañones de 18 y eliminó los de cuatro libras.
Los reglamentos correspondientes a 1765 y 1783 son los que se aplicaron al servicio del Santísima Trinidad, el cual portaba, además, otros tipos de piezas de artillería como palanquetas, eficaces a corta distancia al impactar la madera y producir numerosas astillas, a la vez que quebraba velas, jarcias, palos y vergas. Complementaban a las anteriores las denominadas balas rojas (calientes) utilizadas para provocar incendios a los oponentes, así como granadas: proyectiles huecos rellenos de pólvora negra.
Por Real Orden de 13 de enero de 1784 se establecía para navíos de tres puentes y 112 cañones, los calibres: 36, 24, 12 y ocho libras, con porte de 32 piezas en primera batería; además de establecer por cañón 66 tiros de pólvora ordinaria, 50 balas, ocho palanquetas, 20 saquetes de metralla y cinco granadas; un quintal de pólvora ordinaria fina por cada siete cañones, otros 30 quintales de pólvora negra para señales, saludos, dos camisas de fuego; dos frasqueras de fuego de 15 frascos; 11 balas de plomo por pistola y ocho por fusil. Las camisas de fuego consistían en telares con saquetes adosados llenos de pólvora y recubiertos de betún, que se fijaban con cadenotes a la superficie que se quería quemar.
 Por su parte, los frascos de fuego eran de vidrio fino rellenos de pólvora y con mecha, que se arrojaban a manera de granada incendiaria. El reglamento de 9 octubre 1793 aplicaba para el Santísima Trinidad y sus 130 bocas de fuego añadirle obuses de 24 libras tipo Rovira, fabricados junto a la totalidad de su artillería en La Cavada y Liérganes e incorporados en la carena de 1795. La pólvora se elaboraba generalmente en Granada o en el Alcázar de San Juan, donde se encartuchaba en lienzo, pergamino o papel en relación a los diferentes calibres; el resto se almacenaba en barriles de 21 pulgadas de largo por 16 de diámetro en el vientre. 
En el reglamento de 9 de enero de 1785 se establecía para navíos de 112 cañones, portar cuatro pedreros de tres libras, 112 fusiles, bayonetas y caserinas, 224 pistolas, la misma cifra de espadas, 112 chuzos y 112 hachuelas, cantidades que eran superiores en el Santísima Trinidad por su mayor porte de piezas de artillería y guarnición.
 
 La cureña es la plataforma móvil donde descansa el cañón, realizada en madera y sobre ruedas, lo suficientemente sólida para resistir el impacto del disparo de la pieza de retrocarga y a la vez fácil de maniobrar para asomar y entrar los cañones por las portas. En la imagen vistas de perfil, frente y planta de una cureña naval tipo Garrison. 
Las cifras de las piezas de artillería que poseía al salir del puerto habanero resultan imprecisas (30 cañones de a 36 libras, 32 de a 24, 32 de a 12, y 22 de a ocho; un total de 116 piezas), es muy probable que debido a los niveles de escora e inestabilidad marinera montara menos de lo previsto para así aligerar el peso. Enfrascarse en dilucidar el monto exacto carece de sentido, pues en 36 años las características de la artillería en la Armada española experimentó sucesivos cambios, como los ya citados reglamentos. Es importante señalar que durante las carenas de mayor intervención eran desmontados todos los cañones, de igual manera en tiempos de paz su número se reducía considerablemente. Por lo tanto, lo significativo resulta que en 1805 llegó a tener el intimidante poder de fuego de 140 piezas de artillería.
Las referencias que han llegado hasta nosotros confirman que al menos desde el siglo XIII  los navíos portaban en cubierta cañones, producto a la extensión hacia los mares de los conflictos bélicos entre las naciones de Europa y Asia. El surgimiento de la artillería naval, heredera de las maquinarias de asedio y asalto a posicionamientos fortificados, ratificó la importancia de transformar la concepción del navío como medio de transporte de humanos y cargas en fortalezas flotantes; atrás quedaba el golpe maestro del espolón de las trirremes.
Los adelantos en la ingeniería y la técnica de fundición propiciaron que para los inicios del siglo XVII fueran sustituidos los cañones soldados de duelas de hierro por los fundidos en una sola pieza, terminada en cascabel y con dos muñones que descansaban sobre la cureña. El proceso de fundición comprendía la fabricación de dos moldes de arcilla donde se vaciaba el metal líquido (bronce o hierro); la pieza era sostenida de manera vertical con la culata hacia abajo. Una vez consolidada la fragua se fragmentaba el molde y quedaba descubierto el cañón.
Con el tiempo, las formas de fundición variaron, hasta llegar a concebir la pieza maciza para luego ser perforada, método implementado por los artífices de las carronadas, la Compañía Carron. El compromiso de calidad por parte de los encargados de la realización de cañones quedó establecido en la Ordenanza Naval del Almirantazgo, que exigía pruebas de control como la inmersión en agua en busca de grietas y orificios.
Fundir en bronce resultaba muy costoso y comprendía la aleación de cobre, plomo, zinc y estaño, sin embargo, las ventajas eran considerables: resistencia a la corrosión por las sales marinas que les proporcionaba gran durabilidad, incluso aun cuando dejaban de ser aptos en su función defensiva podían ser reutilizados como lastre en los navíos; sin contar con el acabado casi preciosista que se lograba en dichas piezas, las cuales poseían nombres propios y una amplia representación de heráldica. Por este motivo, con el decurso del tiempo fueron reservados a los navíos insignias o de línea, como fue el caso del Santísima Trinidad. De esta manera se recobraron los cañones de hierro hasta ser los habituales en las líneas de fuego en batallas tales como la de Trafalgar.
Aunque los ya citados problemas de escora que anularon durante mucho tiempo la considerable capacidad de la batería baja, el Santísima Trinidad demostró que su poder de fuego debía ser tenido en cuenta, tal fue el caso de la batalla de San Vicente, donde 556 piezas de artillería inglesa pusieron a prueba la resistencia de las maderas cubanas que conformaban su estructura, mientras el Captain, Culloden, Excellent y Blenhein sufrían averías, precisamente los navíos británicos que habían osado desafiar al Escorial de los Mares.


Fernando Padilla
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            Opus Habana

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