Momento de cambio hubo en la obra del pintor Leslie Sardiñas cuando expuso en 2006 una serie de pequeños personajes, casi infantiles: seres «cargados de ironía y sexualidad, escondidos tras su apariencia de niños, dotados de una compleja, pero no siempre indescifrable, simbología».
La visión cosmogónica de Leslie para contarnos, con boca amordazada, lo que por descuido, prisa o miedo, no alcanzamos a ver, generan una interesante polisemia interpretativa ante su obra.
Para quien ha estado cercano a la obra que –durante la pasada década de los 90– produjo Leslie Sardiñas (figura mantenida dentro del ambiente plástico cubano de fines de milenio), no es del todo sorprendente la exposición con que reapareció en el Palacio de Lombillo (Oficina del Historiador), en muestra colateral a la Novena Bienal de La Habana.
Y es que, a pesar de la visión un tanto simplista con que algunos críticos catalogaron su anterior obra de ingenua e infantil, lo que Leslie nos propone es parte de ese proceso de búsqueda «in and out» que inició desde hace algunos años.
Valiéndose de un expresionismo, por momentos más sutil, las piezas de entonces ya traslucían el sentido inquieto y escudriñador con que el artista veía o, más bien, miraba la inconstante realidad de todos los días.
Mutaron, ahora, sus pequeños personajes, de trazos ligeros y sueltos, en figuras gigantescas, protagónicas, que nos miran sin recato ni soslayo, burlescas en su «delicada» agresividad. Hablan sobre esa parte –¿acaso oscura?– escondida y un tanto inexplicable que cuelga, como una pesada daga sobre nuestras cabezas. Son seres cargados de ironía y sexualidad, escondidos tras su apariencia de niños, dotados de una compleja, pero no siempre indescifrable, simbología.
Se genera, de este modo, un diálogo hacia lo profundo para el que se vale de un lenguaje mucho más audaz, maduro y posmoderno. Referenciando nuevos componentes culturales (que algunos podrían considerar un tanto ajenos) como la manga japonesa, a la cual alude como medio y no como fin en sí misma, estructura un universo de dimensiones variables, tan real-irreal como los animados. Mas, de lo que se trata es de una visualidad que nos invade y que le ha brindado los recursos necesarios para ir completando su universo iconográfico.
La visión cosmogónica de Leslie y esa mirada tan aguda para contarnos, con boca amordazada, lo que por descuido, prisa o miedo, no alcanzamos a ver, generan una interesante polisemia interpretativa ante su obra, que nos acerca y aleja de la misma, a la vez. Pero que siempre nos despierta una morbosa curiosidad.
Juega con nosotros con la misma desfachatez que lo hacen sus personajes, recursos conceptuales no le faltan para eso.
Sin embargo, tras lo aparencialmente irreverente se esconde algo muy serio. «Ojos bien abiertos» nos propone, hacia todos los órdenes y espacios. También, por qué no, mucha «Intuición» para saber reconocer esos monstruos del alma que nos (des)habitan.
Y para completar, aquel pequeño avión, cargado de memorias, con el que hace realidad la fantasía del ansiado retorno a ese espacio donde siempre encontraremos la anhelada salvación.
Y es que, a pesar de la visión un tanto simplista con que algunos críticos catalogaron su anterior obra de ingenua e infantil, lo que Leslie nos propone es parte de ese proceso de búsqueda «in and out» que inició desde hace algunos años.
Valiéndose de un expresionismo, por momentos más sutil, las piezas de entonces ya traslucían el sentido inquieto y escudriñador con que el artista veía o, más bien, miraba la inconstante realidad de todos los días.
Mutaron, ahora, sus pequeños personajes, de trazos ligeros y sueltos, en figuras gigantescas, protagónicas, que nos miran sin recato ni soslayo, burlescas en su «delicada» agresividad. Hablan sobre esa parte –¿acaso oscura?– escondida y un tanto inexplicable que cuelga, como una pesada daga sobre nuestras cabezas. Son seres cargados de ironía y sexualidad, escondidos tras su apariencia de niños, dotados de una compleja, pero no siempre indescifrable, simbología.
Se genera, de este modo, un diálogo hacia lo profundo para el que se vale de un lenguaje mucho más audaz, maduro y posmoderno. Referenciando nuevos componentes culturales (que algunos podrían considerar un tanto ajenos) como la manga japonesa, a la cual alude como medio y no como fin en sí misma, estructura un universo de dimensiones variables, tan real-irreal como los animados. Mas, de lo que se trata es de una visualidad que nos invade y que le ha brindado los recursos necesarios para ir completando su universo iconográfico.
La visión cosmogónica de Leslie y esa mirada tan aguda para contarnos, con boca amordazada, lo que por descuido, prisa o miedo, no alcanzamos a ver, generan una interesante polisemia interpretativa ante su obra, que nos acerca y aleja de la misma, a la vez. Pero que siempre nos despierta una morbosa curiosidad.
Juega con nosotros con la misma desfachatez que lo hacen sus personajes, recursos conceptuales no le faltan para eso.
Sin embargo, tras lo aparencialmente irreverente se esconde algo muy serio. «Ojos bien abiertos» nos propone, hacia todos los órdenes y espacios. También, por qué no, mucha «Intuición» para saber reconocer esos monstruos del alma que nos (des)habitan.
Y para completar, aquel pequeño avión, cargado de memorias, con el que hace realidad la fantasía del ansiado retorno a ese espacio donde siempre encontraremos la anhelada salvación.