A rendir tributo a los hombres y mujeres que han consagrado su quehacer a la arqueología y, principalmente, a divulgar su trabajo a través de resultados, se dedicó la Ruta de los hallazgos, que cada martes del mes de julio y agosto propone transitar —de la mano de prestigiosos especialistas— los museos de la Pintura Mural, de Arqueología y Castillo de La Real Fuerza, como parte del programa veraniego Rutas y Andares que organiza la Oficina del Historiador.
La Ruta de los hallazgos se erige desde ya, como una aventura y cita con el conocimiento. El viaje hacia al patrimonio arqueológico «oculto», sea en los estratos de los cimientos de una edificación o bajo la cresta arrecifal en el fondo marino, ahora está al alcance y disfrute de todos. 
 
Caminar por una ciudad con altos valores históricos, culturales, patrimoniales... en ocasiones, deslumbra al transeúnte por el encanto de su arquitectura de idos tiempos, el trazado peculiar de sus calles o la belleza artística del mobiliario público.
Pintura mural de la habitación de la segunda planta del Museo de Arqueología.
Sin embargo, tras el embrujo de una ciudad colonial subyacen aspectos, o más bien, ciencias y hombres de ciencia, que tributan, precisamente, al mantenimiento físico y al crecimiento cultural de la urbe.
Tal es el caso de la Arqueología y sus estudios particularizados, entiéndase Arqueología de la Arquitectura o Arqueología Subacuática, por sólo citar dos ejemplos. Por lo general se trata de un noble trabajo que permanece en el anonimato, pero cuyos resultados se constatan, día a día, al transitar las arterias del Centro Histórico de la Ciudad de La Habana.
  
Fragmento de la propia pintura mural del Museo de Arqueología.
¿En cuántas ocasiones no se ha encontrado usted, amigo lector, con una pintura mural en uno de los inmuebles coloniales de nuestra Habana, o ha visto a su paso por el Museo Castillo de La Real Fuerza, un ancla de almirantazgo, caudales o piezas pertenecientes a un pecio? Todo ello y más, es el genuino fruto de la labor arqueológica de los especialistas que cada jornada emprenden el camino hacia los archivos, hacia una letrina o se encomiendan al intenso azul de las profundidades marinas.
A rendir tributo a los hombres y mujeres que han consagrado su quehacer a la Arqueología y, principalmente, a divulgar su trabajo a través de resultados, se dedicó la Ruta de los hallazgos, que cada martes del mes de julio y agosto propone transitar —de la mano de prestigiosos especialistas— los museos de la Pintura Mural, de Arqueología y Castillo de La Real Fuerza, como parte del programa veraniego Rutas y Andares que organiza la Oficina del Historiador.
En la soleada mañana de este martes 20, en la calle Obispo, justo frente al inmueble marcado con los números 117-119, una congregación de familias se daban cita. Muchas de ellas, incluso, intercambiaban vivencias, pues en más de una ocasión han coincidido —verano tras verano— por las calles del Centro Histórico, asiduas a esta propuesta cultural e histórica.
  

En el Museo de la Pintura Mural, fueron recibidos por el director de la institución, Antonio Quevedo, quien en un breve repaso por las salas expositivas, explicó con elocuencia, la presencia y evolución de esta manifestación artística que, al decir del especialista «en sus inicios fue considerada un oficio propio de artesanos». 
Tras la observación de fragmentos expuestos en las vitrinas, Quevedo ahondó sobre las características de la pintura mural, argumentando que «sus diseños son múltiples, pues pueden encontrarse en los muros de una escalera o decorando grandes espacios en las habitaciones y fachadas; con motivos que transitan desde cenefas hasta paisajes, estos reflejan la cotidianidad de la villa de San Cristóbal de La Habana».
Ante la inquietud, apenas perceptible en voz de una anciana, de saber cómo era posible el rescate y la conservación de las pinturas murales, el guía relató acerca de la política de rehabilitación implementada por la Oficina del Historiador, que incluye la formación de jóvenes restauradores en la Escuela Taller Gaspar Melchor de Jovellanos y en el Gabinete de Arqueología.
Ante un público cada vez más fascinado por la elocuencia y experiencia del especialista, Quevedo narró, cómo «la literatura, la prensa y los cronistas de otras naciones que arribaron a la Isla, en más de una ocasión, plasmaron sus impresiones acerca de la pintura mural».
En una de las salas de la planta alta del Museo, las familias pudieron leer en pancartas infográficas, algunos fragmentos escritos o recogidos por visitantes o escritores de épocas pasadas con sus impresiones sobre la Isla. Por ejemplo, en Excursión a vuelta abajo de Cirilo Villaverde se dice: «Era cosa de ver la multitud de mamarrachos con que estaban embadurnadas las paredes, especialmente la sala. En el testero de la izquierda, había o quisieron pintar un paisaje, donde figuran en primer término varios árboles y un cazador, que se conoce lo que es por la escopeta que lleva, en actitud de dispararla, y más que por esto, por los pájaros que se posan en la boca de aquella, tomándola quizás por la rama de algún árbol. Frente de esta pintura estrambótica, se veía representada una escena doméstica de nuestra gente campesina, cuyo traje se ha querido imitar (…). Nada de particular tendría, ni nos llamaría la atención los mamarrachos (…) si no viésemos, que, merced a nuestro atraso en el arte y a nuestro poco gusto, la manía de embadurnar las paredes de las casas, aunque menos fuerte hoy, todavía, cunde no solo en los pueblos, sino también en nuestra misma ciudad».
Por su parte, en Cartas sobre la Isla, Fredrika Bremer acota: «La ciudad tiene un aspecto especial (…). Las paredes de las casas, palacios y torres están coloreadas de azul, amarillo, verde o naranja, y a menudo se ven adornadas con pinturas al fresco…».
Aparentemente agotado el tema de la pintura mural, las familias, encabezadas por el guía, emprendieron la ruta por la añeja calle de Madera rumbo al Museo de Arqueología. A partir de la excelencia de las colecciones allí exhibidas, Antonio Quevedo explicó la labor de los arqueólogos en la prospección e investigación de los estratos de las edificaciones coloniales. Sin embargo, el asombro reinó entre los visitantes, pues se retomaba el tema de las pinturas murales. 
Jugarreta del azar o no, el conjunto de pinturas murales de la habitación situada al fondo de la segunda planta del Museo de Arqueología, sirvió como tránsito hacia otro de los objetos de estudio de la ciencia arqueológica: los fondos marinos. «Estas pinturas —impresionantes por sus dimensiones— ofrecen una visión romántica o muy idealizada de lo que pudo haber sido la vida en los diferentes espacios citadinos de La Habana colonial (...) una de ellas presenta la entrada de un bajel por el canal de la rada, hecho que hubo de repetirse una y otra vez mientras las naves de la Carrera de Indias invernaban, año tras año, al amparo de la bahía habanera, y luego el incesante ir y venir de los navíos bajo la impronta del Real Arsenal de La Habana», argumentó Quevedo.


Las imágenes muestran la estructura de un pecio en lecho marino, luego de haber sido estudiado y catalogado por arqueólogos subacuáticos.
La historia de La Habana es inconcebible sin su estrecha relación con el mar, y es por ello que muchas evidencias del pasado reposan en nuestras costas bajo las aguas y hacia su ruta transitan nuestros arqueólogos y buzos. El tema se erigió en el pretexto ideal para que el especialista convocara a los visitantes a asomarse a las barandas del parque arqueológico de la Muralla de mar —donde el público, en un derroche de imaginación pudo reconstruir mentalmente— como debieron ser los pétreos lienzos de la muralla marítima que protegía la ciudad y el Boquete de los Pimienta, sitio escogido para la instalación de un carenero y donde además arribaban los pescadores en sus botes con los más disimiles especímenes de la ictiología cubana, que en más de una ocasión reclamara la atención del insigne sabio cubano Felipe Poey y Aloy.
Serpenteando la verja perimetral del Museo Castillo de La Real Fuerzal, en un verdadero alarde de espíritu aventurero y de ansias de conocer un poco más de nuestra cultura y tradiciones, el público desafió el intenso sol, justo cuando las manecillas de los relojes marcaban el mediodía.
Una vez dentro de la edificación militar un nuevo guía se sumaba a la aventura, Jorge Echeverría, especialista principal de la propia institución. «Estamos en el Museo Castillo de la Real Fuerza, el cual hemos decidido nombrarlo así y no Museo de Historia naval, a pesar que sus colecciones evocan los trabajos realizados por la Arqueología Subacuática en las agua cubanas y recrean la vida a bordo de aquellos primeros bajeles. El principal atractivo es en sí el propio Castillo, uno de los primeros construidos en la América colonizada por la metrópolis española».
Una vez repasada la atractiva historia del Castillo y observados con detenimiento los objetos allí expuestos, los visitantes recibieron como premio a su esfuerzo e interés, la primicia de pasar a la sala temática dedicada al navío de línea español Santísima Trinidad, donde se exhibe el «modelo naval a escala 1: 25, el cual representa las tres grandes modificaciones experimentadas en sus 36 años al servicio de la Real Armada española», explicó Echeverría.
Sin embargo, la novedad en esta ocasión fue la colocación de una pantalla táctil como fase final de este proyecto que, durante tres veranos, en Rutas y Andares el público ha podido seguir. Echeverría exhortó a los niños a interactuar con la nueva tecnología, la cual proporciona información audiovisual sobre la vida a bordo y la historia del mayor bajel de la era de velas, al tiempo que en el modelo se ilumina el área seleccionada.
  
La presencia de niños es cada vez más frecuente en las propuestas de Rutas y Andares. Foto tomada durante la Ruta de los hallazgos en el Museo de la Pintura Mural.
La Ruta de los hallazgos se erige desde ya, como una aventura y cita con el conocimiento. El viaje hacia al patrimonio arqueológico «oculto», sea ya en los estratos de una edificación o bajo la cresta arrecifal en el fondo marino, ahora está al alcance y disfrute de todos. De la mano y la experiencia de Antonio Quevedo y Jorge Echeverría, pequeñines y abuelos, echan a volar su imaginación: unos toman en mano el cincel y la brocha; en tanto otros —tanque de oxígeno a sus espaldas— se zambullen y escudriñan un pecio del siglo XVII.
 
Fernando Padilla González
especialista en Historia naval
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Opus Habana

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