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La obra de Nadin es un canto a la naturaleza en su profusa complejidad, a la comunión y la necesidad de asumir la especie humana como parte de toda la biodiversidad, amenazada hoy por la cruel e imprudente acción depredadora de intereses económicos.
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La ciudad de La Habana, cosmopolita y mestiza, abierta y hospitalaria, compuesta por multitud de estilos que se mezclan en calles y avenidas, barrios, repartos y municipios, y que se unifican precisamente por su constante variedad, acoge toda una red de instituciones consagradas a preservar al memoria histórica, a fomentar las diversas manifestaciones artísticas, así como a generar un mayor acercamiento entre el público y la obra misma.
Fundado en 1983, el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam ha preservado desde su proyecto fundacional un enfoque transfronterizo en el acercamiento a la cultura visual y una perspectiva de alternativa ideoestética a las corrientes esenciales instrumentadas desde el mainstream. Asimismo, ha trazado como uno de sus principios cardinales el estudio del arte contemporáneo de los países del llamado «sur» en un gesto de resistencia a las orientaciones dominantes, con un marcado acento validador e integrador de nuestras más genuinas creaciones, y en franca posición de apertura ante los numerosos y disímiles movimientos, estilos, posturas, que se generan hoy en el híbrido y contradictorio mundo moderno.
En esta oportunidad, el Centro –el cual se encuentra en estos momentos en un complejo proceso de reparación de sus instalaciones– propone a Peter Nadin, nacido en Inglaterra en 1954 y residente en los Estados Unidos desde 1976, en los espacios del Convento de San Francisco de Asís. Granjero, poeta y pintor, Nadin tiene con Cuba una especialísima relación que parte de sus preocupaciones ambientalistas y ecológicas: la primera vez que nos visitó fue en calidad de representante de los Estados Unidos en la Conferencia Sudamericana de Apicultores. A partir de ahí, sus viajes estuvieron encaminados a estudiar e interactuar con nuestros modelos de agricultura orgánica urbana. Su encuentro con el arte y la cultura cubanos, y especialmente con el Centro Lam, se intensifican a partir de su visita a la Bienal de La Habana y de la exposición de Robert Mapplethorpe.
Con «The First Mark» (El primer trazo), Nadin nos presenta una exposición compuesta por 18 pinturas, cuatro esculturas y un libro, producidos en el inicio del presente siglo –entre el 2000 y el 2006. Una reflexión genérica de su obra nos haría situarla en el vórtice de algunos de los movimientos suscitados en la plástica contemporánea norteamericana –conceptualismo, abstracción, figuración–, en un ejercicio que en ocasiones los niega, replantea, cuestiona, mientras en otras los afirma o abraza. A fin de cuentas, unos y otros se han precipitado en su trabajo en una suerte de crisis y exploración en la persistente búsqueda de certezas, o simplemente respuestas, acerca de las eternas dicotomías entre el arte y la vida.
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Esta nueva perspectiva de la obra de Nadin, en la que pretende recuperar la relación primigenia con el paisaje y hacer perdurar la concordancia imprescindible entre la conciencia individual y la naturaleza, ha sido identificada por Richard Milazzo como continuadora de la mejor tradición del trascendentalismo filosófico norteamericano y de los pintores interesados en «conectarse» con el paisaje americano como expresión genuina de su identidad. Del mismo modo, la actitud de su obra se articula de manera esencial, además, con la condición inmanente de los originales habitantes de esa vasta geografía que hoy ocupan los Estados Unidos de América, portadores de una telúrica cosmovisión donde hombre, creación y naturaleza coexistían como entidades fundidas e inseparables.
El propio Nadin, quien pintó el primer óleo a los nueve años en la tapa del maletín de su abuelo, ha confesado que el tema de toda su obra sigue girando en torno a la conciencia: antes, probando representarla en forma de recuerdos, sueños, pensamientos o miedos; ahora, en un intento de concretizarla. «Pintar la experiencia, no los objetos, del proceso subyacente de la conciencia misma» y convertir a «la pintura como el mapa corporal de un pensamiento, de una emoción o de un paisaje, en un tejido donde no se privilegia ni lo visual ni lo conceptual».
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De esta manera su obra se torna un canto a la naturaleza en su profusa complejidad, a la comunión y la necesidad de asumir la especie humana como parte de toda la biodiversidad, amenazada hoy por la cruel e imprudente acción depredadora de intereses económicos desmedidos. Nadin, en un intento de absorber y transmitir la experiencia procesual de su mirar transformativo a la granja –y por ende a la tierra, a la naturaleza–, concentra su interés en los trazos aleatorios (primigenios), homólogos, según el propio artista, a aquellos incipientes rasgos usados en la creación del arte, los de los movimientos de las manos y el cuerpo comunes a todas las culturas humanas. Ahí radica su carácter universal y el ADN original del arte.
Especial agradecimiento merecen todas aquellas personas e instituciones que han hecho posible la presencia de Peter Nadin en La Habana. Reciban esas múltiples manos solidarias y amigas mi más entrañable reconocimiento, pues sin su pertinente y eficaz concurso esta oportunidad excepcional se hubiera tornado improbable.
En un entorno hostil de las relaciones entre el gobierno de los Estados Unidos y la Revolución Cubana, la exhibición de la obra de Nadin en nuestro país tiene otro elemento significativo: se convierte en una invocación al entendimiento y al mejoramiento humano. Su paso por la poesía, la pintura, los experimentos del trabajo en colectivo, la labor como profesor, y la entusiasta participación en proyectos de autosostenibilidad, signan la vida y la creación de este paradigma de la indagación, la alternatividad y la exploración, y encarnan, en última instancia, su «deseo irreprimible de comunicarse con el mundo». A partir del año 2005 ha ido deviniendo habitual la presencia de obras de prestigiosos artistas norteamericanos en la isla, estableciendo puentes entre nuestras culturas, instituciones, y personas, y suscitando gran interés en el público asistente. «The First Mark», además de un canto a la naturaleza, a la libertad de creación, resulta asimismo otro trazo, a la vez eterno y único, en las relaciones mutuas entre ambas identidades, un rasgo primordial de la dimensión de nuestros pueblos y sus individuos.
Rubén del Valle Lantarón
Presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas
Presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas