Ante la persistencia de las penetraciones marinas en el litoral habanero, que alcanzaron proporciones drámaticas en marzo de 1993, se propusieron soluciones que lo protejan sin sacrificar su imagen histórica.
Basta que se cumplan ciertas condiciones hidro-meteorológicas para que la mar irrumpa por determinadas partes del litoral habanero y ocurra un fenómeno que, si bien ya no sorprende a nadie, se ha ido repitiendo con mayor frecuencia.
No posee el habanero mayor estímulo insular que la posibilidad de llegarse al litoral para sentir la brisa marina, escuchar las olas batientes y otear la línea del horizonte. Construido sobre los arrecifes a lo largo de siete kilómetros, el Malecón permite satisfacer hoy ese impulso ancestral, cuyo origen se remonta a los inicios del siglo XIX, cuando la ciudad estaba amurallada y sus habitantes sofocados por el encierro, acudían a la costa aunque pendiera sobre ella la amenaza de corsarios y piratas.
Desde entonces, la población fue utilizándola con fines recreativos (paseos, baños...), a lo que siguió la construcción de las viviendas y, posteriormente, la iniciativa de erigir una vía y un muro que, como un portal, permitieran asomarse por primera vez al mar. Esto último exigía incursionar en el medio marino y robarle a éste un espacio, lo que trajo consigo el riesgo de las inundaciones, evidenciado ya en 1908, a sólo seis años de concluido el primer sector del Malecón.
En lo adelante —durante casi 60 años— se elevarían los seis restantes tramos, hasta que en 1958 quedó tal y como es en la actualidad: una especie de enlace entre la ciudad y el mar que, mostrando a su paso variadas tipologías urbanísticas y arquitectónicas, se extiende desde el Castillo de la Fuerza, en el canal de entrada a la Bahía de La Habana, hasta la Boca de La Chorrera, junto a la desembocadura del río Almendares...
TORMENTAS DE FIN DE SIGLO
Basta que se cumplan ciertas condiciones hidro-meteorológicas para que la mar irrumpa por determinadas partes del litoral y ocurra un fenómeno que, si bien ya no sorprende a nadie, se ha ido repitiendo con mayor frecuencia hasta alcanzar proporciones dramáticas en marzo de 1993, cuando un frente frío asociado a una baja extratropical provocó niveles de inundación insospechados y, por consiguiente, estragos millonarios.
Según expertos del Instituto de Meteorología, para que se rompa el ciclo natural de compensación de las olas en la línea costera, la fuente generadora de las marejadas tiene que encontrarse en un triángulo imaginario al noroeste de La Habana, en el Golfo de México, así como que el viento azote del noroeste al norte. Si las ráfagas persisten en esta dirección doce horas o más y tienen una velocidad sostenida mayor de quince metros/segundo, la suerte está echada.
Muchos científicos asocian estas penetraciones al evento ENOS (siglas de «El Niño/ Oscilación del Sur»), caracterizado por un calentamiento masivo de las aguas marinas —entre uno y cinco grados Celsius— desde el Pacífico Central hasta la costa oeste de América del Sur. Como resultado, son más frecuentes en el Golfo de México las bajas extratropicales o ciclones invernales, sistemas que son típicos de latitudes más altas.
En los momentos más críticos, el nivel del mar ha llegado hasta la coronación misma del muro del Malecón y las olas han pasado limpiamente por encima de él, sobre todo en aquellos lugares donde la costa se encuentra orientada en forma perpendicular al oleaje, como es el caso de los tramos comprendidos entre las calles 12 y J, en el Vedado, y entre Belascoaín y la entrada a la Bahía.
A su vez, queda inutilizado el sistema de drenes que, construido con salidas directas y ortogonales a la orilla, comienza a actuar en sentido inverso: el agua entra por ellas y se une a la que saltó el muro. En ocasiones, la irrupción del mar es tan violenta que levanta las pesadas tapas metálicas de Los registros, y éstos se convierten en auténticos surtidores de hasta varios metros de altura. Y si como es habitual, arrecian las lluvias, la inundación es inevitable, pues no hay suficientes aperturas para evacuar rápidamente los caudales de rebose.
Entra a jugar, entonces, un detalle constructivo que hace aún más problemático el segmento entre las calles 12 y J: al estar cimentado mediante rellenos sobre los arrecifes, el Malecón eleva aquí la franja costera y presenta una pendiente contraria a la que mantiene la zona urbana en su acercamiento a la costa. Como consecuencia, existe una hondonada por debajo de la vía de aquél, donde el agua de mar tiende a acumularse hasta que, en cierto momento, comienza a fluir hacia el interior, tierra adentro, inundando las regiones más bajas en una extensión de 500 metros aproximadamente.
En primera instancia sufren los sótanos habitados, adonde el agua penetra por las puertas y, en muchos casos, por las instalaciones sanitarias conectadas clandestinamente a la red de pluviales, pues ya resulta insuficiente el vetusto alcantarillado diseñado para una población de 600 mil habitantes, y que no da abasto para los actuales dos millones.
En marzo de 1933 los niveles de inundación superaron en 70 centímetros a los de la penetración anterior, ocurrida en febrero de 1992, y alcanzaron valores superiores a los tres metros en algunos puntos característicos de los tramos más críticos. Tales magnitudes se explican por la mayor fortaleza de los vientos (168 kilómetros/ hora) y un menor intervalo entre las entradas de los trenes de olas al litoral.
Las cuantiosas pérdidas económicas y sociales producidas por el impacto del oleaje y las inundaciones desataron la alarma gubernamental y, a partir de ese momento, varias instituciones nacionales incrementaron sus esfuerzos en la búsqueda de soluciones técnicas para enfrentar el persistente fenómeno. Ya en octubre de 1992, la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC) y el gobierno de Ciudad de La Habana habían convocado el concurso internacional «Obras de Protección del Malecón Habanero».
VISIÓN DEL HORIZONTE
Cualquier propuesta de protección debe respetar los espacios y obras previstos por el Planeamiento General de1 Malecón, que contempla la rehabilitación paulatina de sus diferentes tramos sobre la base de que constituye la imagen emblemática de la ciudad y el eslabón fundamental de su armonía y dinámica, además de poseer incuestionable valor patrimonial.
Acostumbrados a vivir ras de mar, los habaneros identifican el Malecón –tal cual es hoy— como el espacio por excelencia para pasear, sentarse en el muro a pescar, enamorarse o simplemente tomar fresco... Su forma lineal extendida lo hace muy accesible, incluso a pie, para una gran cantidad de personas, mientras que la austeridad de su diseño le facilita asimilar infinidad de usos: carnavales, actos políticos y culturales, competencias deportivas, paseos en barco... Resulta —además— la vía esencial de enlace este-oeste y un vínculo del sistema de centros de la urbe.
Cómo garantizar, entonces, el menor impacto ambiental y patrimonial de las medidas defensivas, en medio de la incertidumbre existente sobre los cambios climáticos a nivel mundial, constituye el dilema que deberán enfrentar los responsables de tales soluciones, en tanto no pueda descartarse la amenaza de las penetraciones marinas.
Al abordar el problema, se ponen de manifiesto dos tendencias: aquella que se orienta a enfrentar el embate del oleaje con obras de defensa costera, ya sea en el mar como en la costa propiamente dicha, y la que se concentra en las iniciativas de tipo urbanístico que, junto a medidas correctoras de1 drenaje, buscan asimilar las penetraciones, reducir las inundaciones y evitar al máximo las afectaciones.
A la primera, pertenecen las obras adosadas al litoral, como es el caso de las llamadas «defensas sinusoidales» ideadas por un equipo español para disipar la energía del oleaje, y las dos propuestas cubanas de elevar el muro actual del Malecón y, en una de ellas, toda la rasante de la vía, que implican ni más ni menos que perder la visión del horizonte y de parte de la fachada urbana, aun cuando se proponga erigir un paseo marítimo en la última de las variantes.
MURO SUR
En la segunda tendencia se inscriben todas aquellas medidas sugeridas desde un inicio por la Dirección Provincial de Planificación Física y Arquitectura, encaminadas a salvaguardar la imagen urbanística, arquitectónica y paisajística del Malecón, bajo la premisa de que primeramente debemos aprender a convivir con el mar.
Entre los aspectos promovidos se encuentran el traslado de sótanos y semisótanos habitados, la construcción de muretes perimetrales alrededor de las edificaciones, la protección de cisternas y bombas de agua, así como el rediseño de las cajas y otros dispositivos eléctricos, para que no se mojen.
Un paso ineludible en cualquier proyecto es la rehabilitación y completamiento del sistema de drenaje pluvial, de modo que éste sea capaz de evacuar con eficiencia los caudales de rebose, para lo cual resulta indispensable la construcción de drenes suplementarios. Los desagües de los colectores que descargan al mar abierto se protegerían contra el retorno del agua, colocándolos en una posición de vertido favorable a la corriente marina y evitando que sus salidas estén expuestas directamente al oleaje.
A estas sugerencias se añadió posteriormente, con un rango de prioridad, la solución constructiva aportada por el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, basada en la ejecución de un muro la acera opuesta (Muro Sur) que, integrándose armónicamente al perfil urbano (parques, centros deportivos, hoteles...), serviría como barrera de contención para el agua que saltó el muro del Malecón, situado en la acera norte.
En realidad, ya parte de ese Muro Sur existe en más de un 20 por ciento, y el reto consiste en seguirlo levantando en correspondencia con las singularidades del espacio, para que no sea una estructura monótona y lineal. Así —por ejemplo— en el caso de las plazas, adoptaría la forma de bancos, plataformas, escaleras...
Así mismo se elevarían las calles tributarias a la vía del Malecón, cuyas desembocaduras serían empinadas hasta el mismo nivel del Muro Sur (pendiente de un cinco por ciento), para conformar una suerte de embalse que, dotado de pluvioreceptores, se encargaría de evacuar rápidamente el agua de mar que penetre, y evitar que pueda desbordarse hacia el interior de la ciudad.
Por último está prevista la construcción de dos bermas en sitios que, por ofrecer insuficiente resistencia a las olas, sufren su embate con particular violencia. A manera de arrecifes artificiales, esas obras incursionarían en el medio marino y servirían con fines recreativos en los momentos de mar apacible. Por suerte, tales momentos son los que imperan la mayoría de las veces y posibilitan que, impulsados casi por un instinto insular, los habaneros acudan al Malecón y se sienten sobre su muro duro y áspero, pero a la vez tan familiar e íntimo.
Desde entonces, la población fue utilizándola con fines recreativos (paseos, baños...), a lo que siguió la construcción de las viviendas y, posteriormente, la iniciativa de erigir una vía y un muro que, como un portal, permitieran asomarse por primera vez al mar. Esto último exigía incursionar en el medio marino y robarle a éste un espacio, lo que trajo consigo el riesgo de las inundaciones, evidenciado ya en 1908, a sólo seis años de concluido el primer sector del Malecón.
En lo adelante —durante casi 60 años— se elevarían los seis restantes tramos, hasta que en 1958 quedó tal y como es en la actualidad: una especie de enlace entre la ciudad y el mar que, mostrando a su paso variadas tipologías urbanísticas y arquitectónicas, se extiende desde el Castillo de la Fuerza, en el canal de entrada a la Bahía de La Habana, hasta la Boca de La Chorrera, junto a la desembocadura del río Almendares...
TORMENTAS DE FIN DE SIGLO
Basta que se cumplan ciertas condiciones hidro-meteorológicas para que la mar irrumpa por determinadas partes del litoral y ocurra un fenómeno que, si bien ya no sorprende a nadie, se ha ido repitiendo con mayor frecuencia hasta alcanzar proporciones dramáticas en marzo de 1993, cuando un frente frío asociado a una baja extratropical provocó niveles de inundación insospechados y, por consiguiente, estragos millonarios.
Según expertos del Instituto de Meteorología, para que se rompa el ciclo natural de compensación de las olas en la línea costera, la fuente generadora de las marejadas tiene que encontrarse en un triángulo imaginario al noroeste de La Habana, en el Golfo de México, así como que el viento azote del noroeste al norte. Si las ráfagas persisten en esta dirección doce horas o más y tienen una velocidad sostenida mayor de quince metros/segundo, la suerte está echada.
Muchos científicos asocian estas penetraciones al evento ENOS (siglas de «El Niño/ Oscilación del Sur»), caracterizado por un calentamiento masivo de las aguas marinas —entre uno y cinco grados Celsius— desde el Pacífico Central hasta la costa oeste de América del Sur. Como resultado, son más frecuentes en el Golfo de México las bajas extratropicales o ciclones invernales, sistemas que son típicos de latitudes más altas.
En los momentos más críticos, el nivel del mar ha llegado hasta la coronación misma del muro del Malecón y las olas han pasado limpiamente por encima de él, sobre todo en aquellos lugares donde la costa se encuentra orientada en forma perpendicular al oleaje, como es el caso de los tramos comprendidos entre las calles 12 y J, en el Vedado, y entre Belascoaín y la entrada a la Bahía.
A su vez, queda inutilizado el sistema de drenes que, construido con salidas directas y ortogonales a la orilla, comienza a actuar en sentido inverso: el agua entra por ellas y se une a la que saltó el muro. En ocasiones, la irrupción del mar es tan violenta que levanta las pesadas tapas metálicas de Los registros, y éstos se convierten en auténticos surtidores de hasta varios metros de altura. Y si como es habitual, arrecian las lluvias, la inundación es inevitable, pues no hay suficientes aperturas para evacuar rápidamente los caudales de rebose.
Entra a jugar, entonces, un detalle constructivo que hace aún más problemático el segmento entre las calles 12 y J: al estar cimentado mediante rellenos sobre los arrecifes, el Malecón eleva aquí la franja costera y presenta una pendiente contraria a la que mantiene la zona urbana en su acercamiento a la costa. Como consecuencia, existe una hondonada por debajo de la vía de aquél, donde el agua de mar tiende a acumularse hasta que, en cierto momento, comienza a fluir hacia el interior, tierra adentro, inundando las regiones más bajas en una extensión de 500 metros aproximadamente.
En primera instancia sufren los sótanos habitados, adonde el agua penetra por las puertas y, en muchos casos, por las instalaciones sanitarias conectadas clandestinamente a la red de pluviales, pues ya resulta insuficiente el vetusto alcantarillado diseñado para una población de 600 mil habitantes, y que no da abasto para los actuales dos millones.
En marzo de 1933 los niveles de inundación superaron en 70 centímetros a los de la penetración anterior, ocurrida en febrero de 1992, y alcanzaron valores superiores a los tres metros en algunos puntos característicos de los tramos más críticos. Tales magnitudes se explican por la mayor fortaleza de los vientos (168 kilómetros/ hora) y un menor intervalo entre las entradas de los trenes de olas al litoral.
Las cuantiosas pérdidas económicas y sociales producidas por el impacto del oleaje y las inundaciones desataron la alarma gubernamental y, a partir de ese momento, varias instituciones nacionales incrementaron sus esfuerzos en la búsqueda de soluciones técnicas para enfrentar el persistente fenómeno. Ya en octubre de 1992, la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC) y el gobierno de Ciudad de La Habana habían convocado el concurso internacional «Obras de Protección del Malecón Habanero».
VISIÓN DEL HORIZONTE
Cualquier propuesta de protección debe respetar los espacios y obras previstos por el Planeamiento General de1 Malecón, que contempla la rehabilitación paulatina de sus diferentes tramos sobre la base de que constituye la imagen emblemática de la ciudad y el eslabón fundamental de su armonía y dinámica, además de poseer incuestionable valor patrimonial.
Acostumbrados a vivir ras de mar, los habaneros identifican el Malecón –tal cual es hoy— como el espacio por excelencia para pasear, sentarse en el muro a pescar, enamorarse o simplemente tomar fresco... Su forma lineal extendida lo hace muy accesible, incluso a pie, para una gran cantidad de personas, mientras que la austeridad de su diseño le facilita asimilar infinidad de usos: carnavales, actos políticos y culturales, competencias deportivas, paseos en barco... Resulta —además— la vía esencial de enlace este-oeste y un vínculo del sistema de centros de la urbe.
Cómo garantizar, entonces, el menor impacto ambiental y patrimonial de las medidas defensivas, en medio de la incertidumbre existente sobre los cambios climáticos a nivel mundial, constituye el dilema que deberán enfrentar los responsables de tales soluciones, en tanto no pueda descartarse la amenaza de las penetraciones marinas.
Al abordar el problema, se ponen de manifiesto dos tendencias: aquella que se orienta a enfrentar el embate del oleaje con obras de defensa costera, ya sea en el mar como en la costa propiamente dicha, y la que se concentra en las iniciativas de tipo urbanístico que, junto a medidas correctoras de1 drenaje, buscan asimilar las penetraciones, reducir las inundaciones y evitar al máximo las afectaciones.
A la primera, pertenecen las obras adosadas al litoral, como es el caso de las llamadas «defensas sinusoidales» ideadas por un equipo español para disipar la energía del oleaje, y las dos propuestas cubanas de elevar el muro actual del Malecón y, en una de ellas, toda la rasante de la vía, que implican ni más ni menos que perder la visión del horizonte y de parte de la fachada urbana, aun cuando se proponga erigir un paseo marítimo en la última de las variantes.
MURO SUR
En la segunda tendencia se inscriben todas aquellas medidas sugeridas desde un inicio por la Dirección Provincial de Planificación Física y Arquitectura, encaminadas a salvaguardar la imagen urbanística, arquitectónica y paisajística del Malecón, bajo la premisa de que primeramente debemos aprender a convivir con el mar.
Entre los aspectos promovidos se encuentran el traslado de sótanos y semisótanos habitados, la construcción de muretes perimetrales alrededor de las edificaciones, la protección de cisternas y bombas de agua, así como el rediseño de las cajas y otros dispositivos eléctricos, para que no se mojen.
Un paso ineludible en cualquier proyecto es la rehabilitación y completamiento del sistema de drenaje pluvial, de modo que éste sea capaz de evacuar con eficiencia los caudales de rebose, para lo cual resulta indispensable la construcción de drenes suplementarios. Los desagües de los colectores que descargan al mar abierto se protegerían contra el retorno del agua, colocándolos en una posición de vertido favorable a la corriente marina y evitando que sus salidas estén expuestas directamente al oleaje.
A estas sugerencias se añadió posteriormente, con un rango de prioridad, la solución constructiva aportada por el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, basada en la ejecución de un muro la acera opuesta (Muro Sur) que, integrándose armónicamente al perfil urbano (parques, centros deportivos, hoteles...), serviría como barrera de contención para el agua que saltó el muro del Malecón, situado en la acera norte.
En realidad, ya parte de ese Muro Sur existe en más de un 20 por ciento, y el reto consiste en seguirlo levantando en correspondencia con las singularidades del espacio, para que no sea una estructura monótona y lineal. Así —por ejemplo— en el caso de las plazas, adoptaría la forma de bancos, plataformas, escaleras...
Así mismo se elevarían las calles tributarias a la vía del Malecón, cuyas desembocaduras serían empinadas hasta el mismo nivel del Muro Sur (pendiente de un cinco por ciento), para conformar una suerte de embalse que, dotado de pluvioreceptores, se encargaría de evacuar rápidamente el agua de mar que penetre, y evitar que pueda desbordarse hacia el interior de la ciudad.
Por último está prevista la construcción de dos bermas en sitios que, por ofrecer insuficiente resistencia a las olas, sufren su embate con particular violencia. A manera de arrecifes artificiales, esas obras incursionarían en el medio marino y servirían con fines recreativos en los momentos de mar apacible. Por suerte, tales momentos son los que imperan la mayoría de las veces y posibilitan que, impulsados casi por un instinto insular, los habaneros acudan al Malecón y se sienten sobre su muro duro y áspero, pero a la vez tan familiar e íntimo.