Aunque las Ordenanzas de 1522 y 1552 constituyeron un notable obstáculo para la construcción naval en La Habana —sobre todo en la de gran tonelaje— hubo un incremento en la fabricación de embarcaciones de mediano a pequeño porte, como balandras, carabelones y polacras. Sin embargo, hacia las postrimerías del siglo XVI, la actividad en los astilleros habaneros experimentó un auge hasta entonces nunca visto en territorio americano.
 Las Ordenanzas de 1522 indicaron un cambio en la estructura de la Carrera de Indias. Para entonces centro de la construcción naval en América, La Habana no escapó a las nuevas regulaciones de la Real Armada. En los astilleros oficiales se realizaban galeones y galeotas, destinados al servicio del rey. Sin embargo, en el sector popular existía el arraigo de construir naves de carácter más ligero, como balandras, carabelones y polacras.
 Los primeros armadores que se asentaron en las márgenes de la rada habanera, dieron sus nombres a los tramos de playa donde establecieron los careneros privados. Ante los imprevistos de la dependencia de suministros españoles, los carpinteros de ribera recurrieron al ingenio criollo de calafatear sus bajeles con estopa de fibra de coco.
 Las bondades naturales de la rada habanera y la intensa actividad de los armadores en sus astilleros particulares, no escaparon a la acuciosa mirada de los visitantes que —allende y aquende los mares— escribieron pintorescas crónicas destinadas a saciar la curiosidad de los lectores europeos.