En esta ocasión, el articulista refiere: «Hablaré en primer lugar del famosísimo Cham Bom-biá, el Médico Chino, cuyas curaciones fueron tan extraordinarias que de él ha quedado en nuestro folklore la frase ponderativa de la suprema gravedad de un enfermo: No le salva ni el Médico Chino».
 Todavía en medio de las labores de rescate comenzaron a tejerse las hipótesis sobre las causas que convirtieron al incendio del almacén de la Ferretería Isasi, el 17 de mayo de 1890, en una verdadera tragedia. Algunos decían que había explotado la pólvora que se vendía allí; otros, que unas extrañas sustancias químicas dieron cuenta de todo. Sin embargo, la respuesta la encontraron los peritos; especialistas formados en las insipientes escuelas de bomberos.
 En esta ocasión, el articulista afirma: «Caer en las redes complicadas y sutiles de un tribunal, es desgracia mayor que ser atropellado por un camión, necesitar hacer una llamada urgente por teléfono o recorrer las calles de la Habana en Ford».
 El sábado 17 de mayo de 1890 la vieja Habana se colmó de estridencias: las llamadas de auxilio comprometían a las campanas de las iglesias, las cornetas y las sirenas de los oficiales, y los gritos de los habitantes aterrorizados por la intensidad del siniestro. La mayoría no imaginaba que la rápida llegada de los bomberos se debió al funcionamiento de un complicado sistema de aviso contra incendios que incluía las líneas telegráficas y telefónicas.