Al comentar algunos de los males, defectos y vicios coloniales, el articulista refiere como «buena prueba de ello la tenemos en la contumacia del papeleo y expedienteo en nuestras oficinas públicas del Estado».

 A lo largo del siglo XIX, numerosas relojerías se establecieron en La Habana. Ellas contribuyeron a que sus habitantes tuvieran una real dimensión del tiempo... eso que miden los relojes.
 Con su acostumbrado tono satírico, el cronista nos presenta «solamente unas cuantas, muy pocas variedades de sabrosos de la clase media y del gran mundo, que en nuestra capital han resuelto el trascendental problema de vivir ¨sin dar un golpe¨, sabrosamente, burlándose de la maldición bíblica: ¨ganarás el pan con el sudor de tu frente¨»

 No se trata del relato de dos cuentos para entretener a los lectores, sino de dos textos que —según el articulista— «han de servirme como piedra al canto para descubrir y precisar hasta dónde puede llegar la inventiva, criolla cuando de engañar al prójimo se trata».