Mientras recorrían el camino entre el placer y la fama, Ernest Hemingway y esta ciudad vivieron una relación de mutua seducción que marcó el destino de ambos. Este artículo devela las huellas habaneras en su obra y, recíprocamente, el halo de su personalidad sobre la capital de esta Isla que llamó «larga, hermosa y desdichada».
 Después que fuera abatido en 1999 por el huracán Irene, el dios de los pies alados regresó a su trono en lo alto de la Lonja del Comercio, dotado de un portentoso don que le permite burlarse de la furia de la naturaleza.
 No es el estruendo de un rayo, ni un estampido ocasional. Para los habaneros retumba desde hace siglos el «cañonazo de las nueve», ceremonia que –desde 1986– se recrea a modo de fantasía militar en la fortaleza de San Carlos de la Cabaña.
 Numerosos y disímiles escudos representaron a La Habana durante la época colonial, y en todos –como demuestran estos ejemplos– primó su condición de ciudad fortificada, por encima de la diversidad de estilos y aditamentos.