«Antes quisiera, no digo yo, que se desplomaran las instituciones de los hombres —reyes y emperadores—, los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral», sentenció para la eternidad José de la Luz y Caballero.
 Aunque sus muros debieron servir de centinelas al puerto y la bahía, esta mole de piedra quedó sólo como testimonio de sus propias tribulaciones: la falta de recursos, mano de obra y de una ubicación apropiada cambiaron definitivamente su destino.

 «Es un axioma expuesto por Schopenhauer, que todas las mujeres son simuladoras», afirma Roig en este polémico artículo de costumbres.

 Más allá de su relación con el poder colonial y el destino de los hombres que la habitaron, esta edificación simboliza hoy el deseo raigal de salvaguardar el patrimonio histórico de La Habana Vieja.