A partir del caso de la joven María Luisa, el articulista critica a las mujeres coquetas a quienes califica de frías, caprichosas y egoístas.

 Entre los concurrentes al cementerio se destaca uno muy especial: el médico de los muertos, «un señor pequeño, apergaminado y enjuto», que evalúa con mirada rápida a quienes yacen en un ataúd. Es el instante en que les guiña un ojo: «¿Ellos, los cadáveres, le contestan? ¿El guiño que él hace es un santo y seña? ¿O es un tic nervioso, hijo tan sólo de la costumbre?», se interroga el cronista.

 Sobre los carnavales y la decadencia de esa tradición comenta Roig en este artículo de costumbres, en el que además rememora los famosos bailes que –según dice– son «una de las diversiones más típicas de nuestro antiguo y bullicioso carnaval».

 En este artículo el autor cuenta «un raro y extravagante sueño» suyo en el que la crítica a los políticos y gobernantes de turno es el tema principal.