Sobre «una de las más antiguas y venerables instituciones criollas», cuyos orígenes se remontan a los días iniciales de la conquista y la colonización españolas en esta isla, las piñas, que «no solo nacen y se desarrollan en el terreno feracísimo de la política, sino que las encontramos también, vivas y lozanas, en las sociedades o agrupaciones de carácter cultural, benéfico, comercial, industrial y social».

 Ningún inmueble habanero ha generado más elucubraciones que este monasterio de clausura. Al publicar este texto no sólo se rinde homenaje a su autor, Alejo Carpentier, sino que con ayuda de las anotaciones al margen se desmitifican no pocas anécdotas y leyendas a partir de las evidencias del patrimonio físico (construido y documental) en aras de reconstruir el pasado con un tenaz afán de veracidad. Estas anotaciones se basan en el libro El Convento de Santa Clara de La Habana Vieja del historiador Pedro Antonio Herrera López.

 Descripción «del apoteósico acto de la boda, tal y como acostumbra celebrarlo la gente bien en esta ciudad de La Habana», y de las categorías de boda criolla: la del gran mundo, la elegante, la íntima y la boda a secas.

 La diminuta vegetación de un mogote, le atrae tanto como la síntesis compositiva aplicada a una palma. Una suerte de hibridaciones convierte a este paisajista en un soñador o, más bien, en un lector que interpreta sus alrededores naturales en lienzos llenos de lirismo y soledades, de silencio y quietud.